Las naranjas, las líneas

martes, 17 de julio de 2012


Se llama Aristófanes. Como su inspirador, es un fiel adepto de la idea de una naranja partida en dos. Me quedé rota, pero no partida. Se quedó roto, pero ha encontrado el resto de sus gajos.
El problema aquí era entonces filosófico: yo creo en los caminos paralelos, él cree en la fusión trascendental trazada desde el origen de los tiempos. Se llama Aristófanes, lo digo en serio. De lo que no estoy segura es de que relacione su nombre con el asunto ese de la búsqueda del hemicítrico perdido. Dicen que nombre es destino.
Si acaso su pregunta es por mi estado de lucidez, les diré: soy firme entusiasta de los caminos paralelos pero no lo descubrí hasta que lo encontré a él, a mi reflejo en fractálicos gajos. Se llama Aristófanes. Tiene una esplendente cabellera y un doble famoso. También posee un pertinaz sentido del humor, afable, agudo: como un espadín de terciopelo. Su humor es metáfora de su númen. Espadín de terciopelo, brillante como un pequeño tomín Se llama Aristófanes y a pesar de haberse encontrado con sus gajos complementarios, parece ser que estos eran otros, importados... qué curioso: de una región naranjera.
Yo, que fui esos gajos, no los soy. Y no los soy porque descubrí que soy entusiasta de los caminos paralelos. Es feliz. Eso es reconfortante. Yo... bueno, las líneas paralelas no se cruzan jamás... son cosas de la necia geometría.

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