Sin título

sábado, 26 de mayo de 2012

Podrás querer eternizar este olor a rancio que diluye mi ansiedad de ti Y decir entre parpadeos todo lo que en verbo no puedes pronunciarte tener asco de ti, obviar el martirio de tu espera, arremeter y olvidar todo Podrás querer entronizar la cordura del dolor que nunca aguarda la paz y herirnos en tres tiempos todos los días que no estés cansado de morir linchar la palabra izada sobre los escombros que deja la guerra extinta Podrás no querer tirar más sales sobre una mar pletórica de desahogos pronunciar el olvido como rezo en las catacumbas donde yace el decoro olvidar olvidarnos reviviendo en cada escena el desenlace de los llantos Podríamos no querernos y amarrar nuestras pupilas al puerto del hastío asediar el placer insano de atragantarnos con tantas angustias mutuas proseguir con la huida por las deformes calles que nos llevaron al templo En cambio quisiera terciar con la develación de los ardores tan arraigados que como mulas de carga hemos llevado en la soledad de nuestros brazos sentenciarlos a ser estridentes jugos azules de magueyes claros en las venas que en dos tiradas de sol se evaporen como perfumes finos dejando nada. Podrías insistir en enviar la puesta de sol a un hemisferio de hurañas platas pero este arco de luna que sobre las perdidas cuentas de amor se impone No espera para guarecerse risueña en el destello de la ruidosa hecatombe.

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                                                                                                             Del diario de Emma

Matar la cabeza con números

Estudio rosados trazos de vagabundo con números consecutivos mientras agoniza el humo del cigarro, aquél con el que mato el entumecimiento de los labios a falta de tu terciopelo dorado. Te conozco bien, sé cómo te ufanas de tu encierro, hay tanto de ti en mi misma. Vuelvo al cuatro b ochocientos dos, guión A. La colita del cuatro se mueve y no me permite pasar del cero, tan vacío él, tan redondo, me multiplico por ti y da lo mismo, sólo tú, tú y tu soledad, tú y tu egoísmo, tú y tu vacío. Sé bien que soy el aderezo de tu naufragio, que secretamente me exiges todo el cariño que te estoy guardando en una hoja de cálculo. Todos los besos que no te di en marzo, me los restriegas en la cara, en cada ocasión, cada que te presentas sin darme algo, eres un par de bits. Mis cuentas no están limpias, hay tantos borrones digitales como plumas en mi escritorio, pero el episodio del náufrago es, sin duda, el único que me da vergüenza borrar de mi bitácora. Es el único que me confiere humanidad de entrada, esa cualidad intrincada de echar a perder todo haciendo bien mis matemáticas. No pude tirarme de cabeza, pero debes admitir que tú tampoco. No puedo ser un bufón, la sinceridad no me da para ello y menos las cuentas. Hay un espacio donde no cabe la incertidumbre y en él hago mi casa, pongo mi armario, lleno de seriales, de marcas, de ataduras. Yo calculé, tú reíste. Yo soy un robot, tú un árbol seco. Y ahora que te pienso en los intervalos que no estoy en piloto automático, me siento tan extrañamente perdida entre tantas ilógicas, entre tantos menesteres que no habré de cumplir para servirte en tu encierro, entre tantas preguntas que no puedo formular en unos y ceros. Tendré que verte, justo después de terminar mi ingeniería, con un signo de interrogación en la cara. Tocarte aunque sólo nos generemos inconstancia y vida, espera y vacío. Tengo que pesarte. Pero si de algo te sirve mi ingenio, te diré que no puedo pensar en ti y el cero. Genera error de ejecución, no puedo ser nada y dar todo. Necesito integrarte con la cabeza, para no matar el corazón con números aleatorios.
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                                                                                  Texto de Emma

Homenaje a una torre de fuego

jueves, 24 de mayo de 2012


En un anfiteatro, como siempre, los rostros que se alzan en todos los asuntos de interés mundial; el atropello a la dignidad humana, la pobreza, la ecología, la administración pública, el sindicalismo, cientos y cientos de querellas internas y externas, nacionales y extranjeras. Son los que no se cansan, la semilla de todo. Y ahí estan, y ahí seguirán. Pero más revitalizante es, cuando aquellos que no vemos caminando en la calle, se desnudan de la nata que dificulta la visión, la visión de aquellos que desde su anacrónico juicio los pinta callados y blasfemos contra todo lo solemne y lo digno, lo noble y lo productivo.
¿Qué sabe uno, pues, de la evolución desde la óptica en el mismo punto de siempre? La juventud se mueve en su revolución biológica, mental, trascendental como es para el avance de la vida. Y la juventud no calla, hace todo menos callarse. Si andan con las nalgas de fuera, habrá quien les llame impúdicos, si pintan con sus jergas callejeras, habrá quien le pinte encima con la brocha blanquecina y, como es de esperarse, si no gritan al tiempo que todos lo esperan, se les reprochará de impávidos o peor, desinteresados. Al final, no se podrían llamar jóvenes si hicieran lo que todos esperan de ellos. Por eso es tan poética su aparición en cualquier escenario; improvisada, revoltosa, diferente, inesperada.
En el anfiteatro, donde ahora se debaten durante largas horas los temas duros de interés nacional, se “sabe” que ellos no moverán ni un dedo, que dejarán correr los ríso de sangre, que mancharán las mentes de basura televisiva, que callarán… Pero ¡bendita estridencia que hace estallar hasta esas butacas! Quien se ocupe en definir lo que sucede, está perdiendo el tiempo.
Hace más de medio año escribí largos tratados sobre la condición del NiNi, ese aislamiento del todo, esa escisión del movimiento humano “civilizado”. Hoy es tema de campaña electoral, porque si hay algo que sí sabemos todos sobre los jóvenes, es que su anuencia es un tesoro codiciado, en tanto impulsivo y escandaloso. Caemos, como moscas, rendidos a tratar de entender lo que nace de ningún lado con ningún objetivo más que el de cambiar y a admirar cómo, la actividad no planeada, resultó la más efectiva. Pero nos estamos engañando, el grito de cambio es su grito de todos los días, el que no escuchamos porque sólo podemos aprobar lo que entendemos. Ayer su adicción a la red representaba deseperanza para los repartidores de panfletos de antaño. Ayer su ingenio ejercitado en sinnúmero de estrenduosidades era signo de la decadencia de los tiempos. Hoy, su condición, que no ha cambiado en unos días, es la bandera de todas las campañas, no sólo las electorales, sino también las intestinas, como todo observador que intenta apropiarse de la belleza, internalizándola, fundiéndola en lo que nos ocupa, en lo que deseamos. Sólo cabe dejar ser, ceder todo reflector, dejar de solemnizar, de amenizar, de juzgar, de patriotizar. Acá nosotros sosteniendo el mundo, allá ellos armonizándolo con bestiales gritos de amor, con los ritmos cardiacos que no cesan de perturbarse con el mínimo desequilibrio de las sombras, con el arrojo del brote que se hace saltar a la vida sin esperar el rayo del sol, con las infinitas contradicciones que dan lugar al crecimiento, que nos obligan a subir al siguiente escaño a regañadientes. Que así sea

Nadie les ha enseñado a hacer lo que estan haciendo; nadie le enseña al árbol la forma de dar sus hojas y sus frutos.” Julio Cortazar, Homenaje a una torre de fuego


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                                                                                      Publicación de Emma