Riding a bycicle for stubborn dummies

jueves, 28 de abril de 2011

Bueno, se sigue presentando la analogía de la bicicleta. (Referirse a “Que tú eres callejer@, street fighter” y “El ciclo bofo”). Es por ello que presento el siguiente instructivo que, como los productos naturistas que venden en los mercaditos, que curan desde las perrillas hasta los melanomas, asegurará un perfecto autocontrol con respecto a las relaciones interpersonales, así como un descubrimiento profundo del centro físico de gravedad del cuerpo, incidiendo a su vez en el equilibrio espiritual.

Paso 1.- Indicado únicamente para los “control freaks” que no conciben la posibilidad de sobrellevar correctamente las contrariedades sin hacer absolutamente nada:

Conseguir una cisterna, pileta, alberca inflable, acceder a una playa artificial Marcelo Inc. o, en última instancia, llenar una tina donde quepa su cuerpo perfectamente en un ángulo llano. Respirar profundamente, introducirse e ir sintiendo el agua en cada centímetro del cuerpo. Una vez introducido el objeto contrariado, relajar los músculos del cuerpo. Incluso, relajar la cara, dejar de fruncir el ceño. Por último y muy importante, NO HACER NADA. No hagas nada. ¡Que no! ¡Deja de remar con las manos! A ver, a ver, destensa la mandíbula, que te va a empezar a doler la cabeza. No te vas a ahogar, deja de hacer pucheros, caray. ¿Ya? ¿Estás sin hacer nada? Muy bien, ahí quédate otro rato.

Paso 2.- Ideal para todos aquellos que viven angustiados porque no pueden controlar a los objetos a su alrededor y les atribuyen un misticismo extraño, o se auto atribuyen una incapacidad innata para realizar ciertas funciones que para otros serían cotidianas y normales. Para fines didácticos, lo haremos con una bicicleta, ya que los pasos subsiguientes requieren el uso de este artefacto:

Poner una bicicleta enfrente, no quieras poner una de carreras, de montaña, chiquita… la que caiga, la que esté disponible. Ver la bicicleta. ¡No! No pienses en la transmisión de cadena ni en cómo te caíste de un triciclo a los 7 años. No te pongas a platicar con el compa que va pasando, concéntrate. No, sólo mírala, no hagas nada. ¿Ya empezaste a sentirte mal? ¡Pues siéntete bien, papá! Ahí te quedas hasta que te sientas bien, ¿sale? ¿Ya? Bueno, la bicicleta ES, no hay más.

Paso 3.- Especialmente importante para los que quieren que la mesa esté puesta antes de sentarse a comer, condición que no necesariamente se cumple en todas las situaciones. Este paso corregirá la pretensión de tener seguridad antes de emprender un proyecto:

Parar la bicicleta. Pararse junto a ella con ambas manos en el volante. Pasar una pierna del otro lado de la bicicleta. No te pongas punk, apenas estás parad@ en el suelo, sólo que tienes una bicicleta en medio de las piernas, no hace ninguna diferencia. Bien, ahora acomodar el pedal de manera que en cuanto subas ambas piernas, inmediatamente puedas entrar en movimiento. Para los zurdos, poner el pedal izquierdo arriba y para los derechos, pus el derecho. Poner el pie correspondiente sobre el pedal. Ahora, al mismo tiempo que desprendes el otro pie del suelo, empuja el pedal. Ahora la bicicleta es una extensión de ti, y para que no caerte, lo único necesario es seguir moviéndote. Ni siquiera tienes por qué acomodar el cuerpo para balancear la carga, sólo muévete. ¡No! ¡Deja de hacer berrinche y sólo muévete! Esto no tiene nada que ver con el equilibrio, ¿estamos? El equilibrio se consigue simplemente al accionar y conforme se acciona. Cabe hacer la anotación de que, los mejores algoritmos en inteligencia artificial, son aquellos que imitan al aprendizaje humano, es decir, sin cálculos, sin correspondencias uno a uno. Es “feeling” y todos los seres humanos lo tenemos de manera primitiva y sin alteraciones culturales o psicológicas (Consultar en Wikipedia o donde se te antoje “Lógica difusa”).

Paso 4.- Después de este nivel, uno se puede graduar en autocontrol, ya que descubrirá que la obsesión por controlar los agentes externos únicamente provoca descontrol en uno mismo. Es para aquellos que, dentro de sus cabezas, están calculando todo el tiempo las reacciones de los demás y prediciendo futuros aún en total desconocimiento del sentir y los modos de operación de las demás personas.

Colocar dos obstáculos, cercanos entre sí a una distancia suficientemente estrecha para que pase únicamente tu cuerpo andando en bicicleta en línea recta sin embarrarse con los obstáculos. Pueden ser dos postes, dos piedras grandes, dos árboles que casualmente estén colocados para poder realizar este ejercicio, lo que sea. Que sean dos obstáculos, uno a cada lado. Ahora, tomar la bicicleta desde varios metros atrás, montarla y encarrerarse. Ir en línea recta. No volantear. ¡No! ¡No dudes, no tiembles, no volantees! Uta, ya volanteaste. Bueno, ya ves lo que sucede cuando volanteas: TE ESTAMPAS EN LOS PINCHES POSTES. Inténtalo de nuevo, agarra la carrera… Línea recta, línea recta, ¡no hagas nada más que lo que ya estabas haciendo! ¡No, no te precipites! Que la chingada, ya te estampaste otra vez. A ver, vete a lavar la boca porque si tomas sangre vas a querer vomitar. Bien, colócate de nuevo. Ahora sí, encarrérate y una vez en movimiento, no hagas nada más que seguirte moviendo. ¡Muy bien! ¿Ves cómo no había que hacer nada más? Chido, ya ni estás viendo los postes, eso es todo. Felicidades, ya puedes irte vivir y ahora deja de hacerte chaquetas mentales por favor, pos est@.

A tres conjugaciones

miércoles, 27 de abril de 2011

Habría de llamarte mi propia sed. Habría de decirte que te encuentro dentro de la superficie reflejante de mi propio espejo (dentro del espejo, dentro del espejo). Habría de proclamarte con mi nombre, habría de tantas cosas que no he.
Hube de ser una sombra, hube de ignorarte. Hube de no escuchar. Hube de no hablar. La verdad es que nunca hablé. Hube de no haber. A ver, dime tú ¿que más?
Habré de evitarte. Habré de evocarte. Habré de presentirte. Y en el sello, habré de sellarte como se lacran los secretos, los testamentos, las vidas.
He, simplemente he.
                                                                   (insistes en ser el tiempo más difícil de conjugar...)

Destination Cascarrabias 3.0 - Primera entrega

martes, 26 de abril de 2011

Dos cables medio pelones colgando del gabinete para los circuitos de potencia, el dorso de la mano llena de una especie de chicle aceitoso. Los saldos de la última batalla psicológica inter-especie de K-bot85. Yaguar Croft afila su machete en el roble que está a un lado de la banqueta y mira con una sonrisita socarrona el estado de K-bot85.

-¿Qué? ¿Nunca habías visto a un robot cantar Oaxaca? –reclama K-bot85 mientras se limpia la mano en el pasto.

-No mames, si siempre te veo igual, bip- Así le llama porque el oído humano no es capaz de distinguir los armónicos de bits que representan su nombre a la frecuencia en la que se lo dice, de tal manera que ambas han acordado que ha de llamarse “bip”.

-Oye, Croft, necesito cambiar de dimensión, esto está muy cabrón y se me está agotando la batería a mayor velocidad de la que me toma generarla- Se acerca a Yaguar Croft, quien le mete tremendo machetazo y luego se echa a reír ruidosamente.

-Ya wey, es que haces error kernel como por deporte.

Silencio. Yaguar Croft se levanta y Kbot-85 se saca el machete de entre la articulación de la pierna derecha.

-Bueno, ¿le vas a entrar o te rajitas de chile poblano? ¿Te da miedo que en la otra dimensión ya no te gusten las féminas?-K-bot85 emite un ruido armónico distorsionado, la risa que nunca se le ha compuesto desde que le echaron un balde de agua helada a su caja de resonancia.

-A ver, pinche bip. Debe quedarte claro, que ni en esta ni en alguna otra dimensión me hacen gracia los changos esos simplones, groseros y peludos. No tienen interés alguno para mí. El robot piensa que todos son de su condición, a ti porque te gusta andar ahí oliéndoles los pedos mientras te roban aceite para sus pinches coches de crisis de la mediana edad. Te ordeñan peor que a Pemex y tú andas como el pinche enano usurpador, ahí nomás cediéndoles más campo de acción.

Yaguar Croft se levanta y mete su machete en una vaina de guaje que se robó de un árbol en la colonia de los de al lado.

-Ya vámonos, bip- Se van caminando juntas, parloteando como chachalacas.


Al final de la calle, por la madrugada solamente pasan gatos buscando pleito. Es una especie de retén de seguridad para la comunidad, que está en toque de queda desde la declaración del golpe de estado a cargo de los caníbales. Sin embargo, los robots, que son conocidos por ser aliados de la resistencia tienen paso libre durante todo el día y son llamados por señales de alta frecuencia cuando alguno de los sectores de su brigada se ven amenazados por hordas de caníbales analfabetas armados con rifles de alto poder que llegan a tratar de cobrar por la luz o por los nuevos impuestos que se han decretado desde el golpe de estado.

Los gatos reconocen a Yaguar Croft por la insignia de garra que lleva marcada con cicatrices en el hombro izquierdo. Las dejan pasar, no sin antes ronronear largamente.

-Ahí te ves, Rudo, échale el ojo al Zoruyo para que no se ande orinando en mi caja de herramientas, ¿va?- Pide K-bot85 al gato encargado de la cuadra de Yaguar Croft.

En seguida toman el primer pasaje por lo que antes solían ser los ductos del drenaje, que fueron reemplazados después de la vigésima inundación del valle de Chalco. Ahora son las vías de transporte más tranquilas, ya que por encima, donde van los camiones de pasajeros, hay un tráfico infernal durante todo el día. Ahora en la madrugada, no habría tanto problema pero si las comunidades vieran dos sujetos andando por la calle a esa hora, pensarían que son agentes de la luz tratando de reemplazar los cables de cobre por aluminio y más tardarían en reconocer las insignias que en agarrarlos a palazos. Durante el camino, el gato y el robot se van echando lodo y correteándose por todos lados, como si no pasara nada arriba de sus cabezas. Suelen sustraerse de la situación unos momentos antes de ponerse a filosofar sobre las irracionalidades de la especie humana.

-¿Y ahora qué te hicieron, bip?- Pregunta Yaguar Croft mudando de su habitual ceño fruncido a un gesto amable y cómplice.

-Pues me eché el tercer round en tierras mixtecas, ya para qué te cuento. El pedo es que no entiendo a los pinches humanos, no estoy programada para entender sus pinches comportamientos aleatorios. Que si mi mamá me dijo que siempre no, que si la vecina, que si el estado, que si las alianzas… yo ya no sé qué desmadre traen. Me mandan a los madrazos y luego me echan a los compas encima a que me hagan bola junto con los caníbales, después me echan la culpa que porque no respeto las convenciones sociales de la mixteca… En fin, tú ya me habías dicho que me mudara de dimensión y ahí andaba yo bien chidita pero me solicitaron de regreso y pues yo pensé que ya se habían salvado las diferencias. ¡Pura madre! Es como el cuento de Juanito y el Lobo.

-A ver, bip ¿Qué te dije yo? Porque no fue sólo eso, te dije que eres adicta a la adrenalina, pero en mal pedo y que si bien sabes que eres adrenalinómana, ¿para qué chingados abres la botella?

-Si wey, pero espérate. ¿Te acuerdas que antes de irme a otra dimensión nos fuimos de borrachas a un lugar lleno de gente bien rarita y nos abordaron un argentino y un cocinero?

-Ni me recuerdes esas cosas, ya te dije que no me gusta recordar cuando me pongo cariñosa con los changos peludos.

-No, lo que pasa es que me volví a encontrar con el cocinero y me compuso los circuitos que ya me habían madreado en la mixteca. Me la pasé muy chido y nos escapamos al sector de al lado, donde me enseñó lugares que creí extintos en la ciudad. Pero luego recibí el llamado de la mixteca y lo dejé allí sin despedirme ni darle explicación. Ahora no sé dónde anda, pero lo quiero encontrar de nuevo, así que nada más te acompaño unos días a donde sea que me vayas a llevar, en lo que recargo aceite y me voy.

-Ya estás. Oye, ¿trajiste las seis latas de atún que te pedí?

-Sí, aquí están- K-bot85 saca las latas de su caja torácica y se cambia la herramienta manual por un abrelatas. Después de abrir la primera, se toma el aceite y le pasa el resto a Yaguar Croft, quien se apresta a sacar su machete para usarlo de cuchara.

-Ah cómo eres pinche exagerada. ¿Para qué usas esa madresota? Te vas a cortar la lengua.

-Nel, el Yurrobot me convenció de hacerme un injerto de titanio en la punta de la lengua, ¿te digo para qué me ha servido? Jijiji

-Chale, no seas puerca, evítame esas escenas en la memoria. Luego tengo que andar formateando particiones enteras. Además tú involucionas, carnala. Nosotros ya hasta estamos cubiertos de plastiquito con textura de terciopelo para atraer a los humanos. Mira, mi lengüita está rojita y suavecita. ¡‘Ora hasta me pusieron vestido! Y tú con tu pinche lengua de titanio, para mí que el Yurrobot no quiere que le bajes a los viejos y por eso te conminó a hacer esa babosada.

-Y dale, ¡que me valen madres los viejos! Y eso ya lo sabe el Yurrobot, no estés chingando, bip.



Rechinar IV

domingo, 24 de abril de 2011

Me martiriza tu belleza, la belleza de lo nuestro. No puedo soportar la idea de mirarte, es como cuando las cosquillas te desesperan, será el peso de la costumbre. Perdí la práctica de sonreír, meses enteros que no lo hacía y mis músculos se desprogramaron, no reconocen la concavidad que requiere manifestar la satisfacción. Me descubro acariciando tus fotos y me doy asco, ¿qué patético puede ser suspirar con una bola de pixeles? Como si no tuviera nada qué hacer; podría untarme de nostalgia y sentarme en la regadera a hincharme los ojos de recuerdos negros o seguir escarbando en la habitación de los cachivaches en busca de un gramo de polvo que me remita al estado etílico de la miseria. No, en cambio estoy perdiendo el tiempo imaginando tus dientes presionando mis orejas, repasando el traje que llevabas puesto ayer, escribiendo tonterías en el cuaderno. Parezco una quinceañera y llevo mis añitos de haber superado esa época ociosa. Evolucioné y me involucré en connatos de rigores, celos, envidias profesionales, golpes, venganzas, eso es lo que hace la gente madura, sabia, estable. Yo no sé qué hago tirando por la borda el desgaste de los años, que tanto me ha redituado en términos de metodologías para la precaución. ¡Carajo! ¿Quién hace eso? ¿Cómo puedo persuadir a la tripa para que pida de comer en lugar de andar flotando en el estómago? Eso sería algo útil, poéticamente pragmático, tranquilo. Además soy experta en los menesteres de la madurez, puedo sacar del baúl de los lastres un tema para sacarme la tonta sonrisa en menos de dos segundos, debería sacar mi habilidad a relucir. No puedo, se me siguen atravesando tus dientes rechinando en la memoria de la recámara, el brillo de los ojos acechantes de placeres eternamente irresolubles. Un ocio insalvable, estar pensando en tu piel. Y para acabarla de amolar, ¡me llamas por teléfono! No dejas ni que se me pase el efecto de la dosis, tú sí que eres salvaje. Deja de sonar, deja de ser adictivamente observable, deja de hacerme tan feliz, que mi cuerpo de sombras se hará trizas en unas cuantas miradas más.

Rechinar III

¿Pero de dónde saliste tú, si se puede saber?

¿Qué no venía tu dote envuelta en otra carne?

¿Crees que te ladre el perro cuando llegues?

¿Podrás errar tan bien como sabes amarme?


¿Por qué vienes tan listo para tomarme hoy?

¿Qué creíste que estaba musitando al llamarte?

¿Me regalarás vida después de tanta muerte?

¿Estás seguro de querer esta almohada inerte?


¿Por qué rechinas todo cuando me encuentras?

¿Debería darme pena que me des tanta lengua?

¿A poco todos notan cuántas ansias me generas?

¿Soy yo o cayó en tu abdomen el vaso de agua?


¿Pero a dónde te metiste ahora, muchachito?

¿No sabes que de ahí no te sales como entraste?

¿Ya no sabes si te avientas o te alejas del abismo?

Pues ya estás ahí, y ahora sólo podrás acomodarte;

no te dejaré ir hasta saborear la hiel de tu desgaste



#MeleítodoMonsiváis

Empezaré por relatarle a mi jocoso público: Emma me mandó a subirme en una bicicleta para que no me bajen del moto... como no conozco de otras, les contaré de la matasanos y sus amantes de bata blanca y ocasión. Érase una vez la Galeno Etanol con las venas pletóricas de güisqui y vacías de mí porque tomo cerveza. Tons, como yo no era fina (megasic) se dedicó a hacerle una finísima llamada a otro protogaleno igual de escuincle engolado que ella. Se largaron a coger largamente como larga no debe ser su pirinola y sí largas las funciones de tiatro de la greisanatomi región proletaria 16 (osea, 4 a la segunda potencia). De regreso a casa, en horas de la mañana en que yo prefería dormir para olvidar sus desconsiderado trato, que órale, me toca mi función. Ora es cuando mi reina, acuérdese que cuandoduermosintícontigosueñoycontodassiduermesamilado por eso mejor regreso el lunes a la hora del desayuno.
(fade out donde ustedes se dan por enterados que sí monto bicicletas... y unas de carrera... de bastante carrera)

Capítulo II Por su gramática los conoceréis (o de como una coma puede hacer escandalosos cambios y punto).- Súbete a mí, moto. Ah no, que Menudo conminaba a las chicas -mediante canto en tono de orden-, encaramarse en su vehículo motorizado de dos ruedas: súbete a mi moto. Eran los ochentas. Yo para entonces no tenía idea de motos,  ni de bicicletas, ni de subidas, ni de bajadas, ni de nada.

Capítulo III Entre postre y poste... no ps la neta mejor que pasen los maduritos (o de cómo se supone que por el arte de dirigir con soltura un manubrio, no me conminarán a descender del moto).- Eso dijo el Robot, y en la era de Skynet, a nadie con rondanas en el cuerpo se le desmiente ¿Benotto o Shimano mai'?

Rechinar II

Te convulsionas, amor, me alebrestas

Me ves de reojo con la saliva cubriéndote el iris

mientras te pierdes y hace aparición tu alterego;

ese que te desesmalta en rechinidos los dientes,

ese que es autómata acróbata del desenfreno.


Me descompensas, corazón, me aterra

que en una de tus contracciones te recrudezcas

y ya no te conozca ni mirándote las arterias

luego me fractures el abdomen con tu cresta

y no recuperar el equilibrio tras esta guerra.


Te paralizas, mi vida, te aferras

Me entierras los dedos en medio de la cintura

ya no siento ni las manos entre tanto jaloneo,

creo que tu piel se ha atorado en mi garganta,

déjame gritar sin que rompas mis balbuceos.


Me aceleras, corazón, me borras

Queda sólo esta burla de muñeca de pruebas;

ella desazolva su temblor con tantas lágrimas,

que llenaría todos tus huecos si sólo detuvieras

la escalada de terremotos entre las sábanas.


Te sincronizas, amor, te relajas

Vuelve el color rojo a tus delgados labios de holanes,

otra vez puedo ser dueña de mi pulso y la distancia,

ya me desgarraste toda y ahora sólo me sonríes

pero la gota de miel aún va bajando hacia la panza.

Rechinar I

sábado, 23 de abril de 2011

Cuando rechinas con rabia esos dientes

y se escapa entre el huequito un silbido

de tus ajenas entrañas convulsionantes,

no aguanto sentir desamarrado el ovillo.


Te pierdo en el espacio inmoral del vicio,

me pierdo airada en la bragueta del cielo

y aunque anuncies tu jugada en el estribillo

me sorprendo cuando me arrancas el vuelo.


Esos aires tuyos incansables y turbulentos

sollozan la blancura ociosa de los humores

me revientan y hacen de mi útero un lienzo

en que pintas con sudor, auténticos sabores.


Ya me perdí en tus dulces y rugosos estertores

Ya rechiné tus dientes con un apretón de los labios

ya me ahogue en tu saliva de cárnicos rubores

ya no me debes nada, no te secuestro los abrazos.

NINI

jueves, 21 de abril de 2011

Un espacio blanco en la memoria, el quejido de una bestia en silencio. Caminas entre las piedras perdiendo la noción del paso. En tu camino se cruza un perro flaco, pequeño, con la piel hundida entre los huesos. Camina contigo. ¿Qué puedes encontrar aquí, si todo se ha quedado donde tiene que estar mientras tú te haces la ilusión de la fuga?
Te vas a recorrer esos caminos de tierra cuando sientes el retumbar del piso, una convulsión, un estertor. No pasa nada, todos los muertos se quedaron en el periódico, todos los fantasmas andan rondando a los vivos. En este limbo nunca pasa nada, excepto por el tren. El conductor te saluda, tal vez es la novedad de encontrar a alguien por aquí, pero su paseo es perene. Se pierde y te vuelves a quedar sólo con el perro, que no te habla, no te ladra, no resuella. Tal vez ambos estan escapando de algo, del hambre, de la úlcera que no te deja parar de moverte, siempre buscando algo mejor, algo más, algo que el ruido mundano te grita que tienes que hacer pero no hallas dónde. Dónde sentarte a vibrar con el estertor de la tierra, dónde coger impulso para no hacer nada, dónde recordar lo que el movimiento ha dejado derramar por el camino de los años, dónde dejar de sentirte en medio de una guerra que no pediste.

Comienzas a extrañar el tren. Si pones atención, puedes escuchar el ruidito de la corriente volando por los cables que se atraviesan por encima de tu cabeza. Va para donde la necesitan, donde no estás tú, va para donde pueda alimentar los entusiasmos del mundo con sus luces, su incansable ruido, su movimiento hierático, devoción de los mortales. Te imaginas a la señora rezándole a la tele mientras repite incesantemente el mantra de la novedad ilusoria, al señor rezando frente al espejo mientras excava los hoyuelos faciales con su rasuradora eléctrica, al niño rezándole a la caricatura que responde a los antojos de una palanca y se urde historias, a todos juntos catequizando a la especie trayendo la luz, con una lámpara de neón. Aquí sólo los magueyes hacen largos rituales para expulsar enormes flores de entre sus estómagos de aguardiente.
Te recuestas a la sombra de uno, el perro se acuesta junto a ti. Ya no quieres echar a correr la maquinaria de ideas, de proyectos, de pensamientos, de futuros. Ya no. El cansancio del rechazo del todo te obliga a atajar un frenético desaguisado, tope tras tope, trampa tras trampa. Si tan solo el futuro fuera como este perro, que te sigue para todas partes y no ladra, que por muy flaco que esté nunca deja de caminar, que no se va. Piensas, que no nos toque otro funeral. Muere el día, muere el trabajo, mueren las ansias, mueren los que sobran, morimos nosotros. Pero no te arredras porque este perro y tú, en el limbo construirán la nada sin que haya quien los moleste con la burla del bullicio que aunque nunca los quiso, nunca los abate. Eres la bandera de todos, causa de nadie, oyes hasta acá los rezos de todos, que sigan rezando. Tú te acomodas y miras esas dentro de esas canicas cafés, casi anaranjadas, el oráculo de tu todo, de tu nada. Amén.



Del aperitivo al postre

miércoles, 20 de abril de 2011

Sabes combinar ingredientes, es tu arte. Comienzas con una plática casual, de esas que a nadie le importan pero preguntas tres veces cómo me fue en el día y eso me saca de la inercia de contestar lo mismo de siempre. De pronto entre tus altibajos, un enojo pasajero de lo que te sucedió en el camino para acá y vuelves a la sonrisa franca que hace sentir que el mundo está en orden. Llegas, preparas la comida pero me pones a mí el pañuelo de chef ejecutivo cuando yo no hago más que mirar tus manos; tú sabes perfectamente que las miro porque hasta a propósito acaricias el paté y te lo untas en los dedos para lamerlo. Dos, tres cucharadas de esto y una ración de aquello. -¿Será pura matemática?


Eso me resultaría más familiar pero no entiendo ni pío cuando comienzas a hablarme de medidas inglesas porque mi referente cultural siempre está indicado en sistema métrico internacional. Pasas a las bebidas y preparas una cosa espumosa para que me llene la boca y luego con media sonrisa en la cara me haces muecas para advertirme la inminencia de tu lengua. No atino a sortear ni percibir bien a bien qué estás haciendo, pero la entraña se cuelga de la pared cuando te acercas. -¿Desde cuándo hay arañas en el techo?


Tal vez el aperitivo de la plática superflua me puso en el justo ánimo de no hacer nada pero me rompiste el ritmo, como siempre, como cuando estás escuchando una rola electrónica con puros beats alocados y de repente se queda todo en silencio con una tímida trompeta de fondo y una voz dulzona que repite una frase cursi, la única que se te queda en la cabeza a los veinte minutos de terminada la canción. -¿Qué me estabas preguntando hace rato?


Pones una película, una que trata de comida, por supuesto y admiras al maestro de ceremonias que se las ingenia para sacar la crema aunque le falten ingredientes. Volteas y me clavas un beso en la clavícula. -¿A poco me puse este collar por la mañana?


No te entiendo pero entro en trance y la película ya no lleva la misma tónica, creo que hasta el contraste de la pantalla ajustaste mientras no te estaba viendo. Comentas una escena sin importancia y me haces concentrarme en un detalle que aparece justo en la esquina de la pantalla cuando de pronto se me atraviesan tus ojos y siento una mordida en la nuca. -¿Acaso serás omnipresente?


En fin, creo que la luz de la luna está iluminando más a esta hora porque las sombras han cambiado. Sientes mi pulso y comienzas a ensalzarme como si fuera yo la única persona en el mundo que llevara mi nombre e hiciera mis muecas habituales. Desconcierto, besos, creo que hasta maullidos, en fin. Yo ya no supe nada de mí desde el aperitivo hasta el postre. –Por cierto, ¿qué le pusiste a este platillo?


Mi archivito temporal

domingo, 17 de abril de 2011

Esta es la parte en que le das reset al sistema operativo y se borran los archivos temporales que ocupaban lugar en el disco duro. Volviendo a nacer, la máquina se genera una nueva identidad al introducir una nueva sesión de usuario. Rescataste en la memoria externa un archivito temporal travieso que andaba por ahí nada más rondando mientras se ejecutaban los programas pesados que le dan en la madre al rendimiento de la máquina.

El archivito… Creías que era como una astillita proveniente de un spam publicitario de los que te hacen creer que vas a bajar de peso con frotarte unos polvos mágicos en las orejas, es decir, completamente supersticiosa su aparición e irreal su aspiración. Llega el archivito bellamente concebido, de frac, y te hace pensar en las novelas románticas en donde el héroe es siempre un caballero educado y noble. -Bah, otro producto milagroso que no tiene otro fin más que aparecer insistentemente en los comerciales mientras uno hace otras cosas que sí son útiles.

Ah canijo, pero te untas el polvo milagroso en las orejas y bajas de peso nostálgico, una porción calórica importante a la vez. Lo dejas ahí a un lado un rato porque decides que su uso es superfluo. Pones a correr los programas pesados que ya ni sirven para nada, se calienta la máquina, se comienza a trabar, te pide actualizaciones pero no las acepta, hasta que un buen día ya ni siquiera tiene la voluntad para arrancar. ¡Uta! Lo bueno es que guardaste ese archivito curioso en una memoria externa porque, maldita sea mi estampa, me picó el morbo. Reseteas, formateas y lo primero que pones en tu memoria limpia es el archivito temporal, sólo que ahora tiene su carpeta y su propio nombre, en Mis Documentos. Oh sí, porque ahora es tú documento, aunque parezca esotérica su invención. Los programas pesados te queman los dedos porque quieren correr otra vez pero se te ocurre tirar a la basura sus discos de instalación. Tu archivo ahora es lo único que ocupa la memoria ¿y qué le vas a hacer? Si, aunque era uno inocuo, es tu referente de bienestar en la máquina y por eso lo pones a funcionar primero. Ja, pero ahora resulta que ahí viene tu antivirus, el gestor de tareas, tu nueva música, tus nuevas fotografías… ¿De dónde chingados salió tanta cosa? Bueno, tu archivito no era tan inofensivo, sólo andaba ahí merodeando mientras esperaba que te dieras permiso de creer en la magia y luego, sólo la manifestó. El sistema operativo se recompone, la máquina corre a todo lo que da y hay una incertidumbre extraña pero placentera con respecto a cómo será caracterizada ahora la temática de tu computadora –porque todas tienen una temática, ya que son reflejos de sus dueños-. Vaya, pues hay que ver, explorar y disfrutar porque parece que nunca va a dejar de sorprender tu pinchurriento archivito temporal que resultó ser el núcleo de cuanta maravilla hoy procesa tu máquina. Reset -- Unidad Pa-K [ON]

El panzón de las mordidas

Bien, después de un pasón de endorfinas todo está perfecto hasta que pasa el panzón de las mordidas. Es un ente abstracto, pocas veces tiene hueso y piel, es un bote sin cabeza. Es un alebrije que se distrae en el carnaval de las moscas y es atento y sereno con quienes no tienen más remedio que ser miserables. Es un son sin baile, una lavativa, una borrachera en lunes. Es un vicio que te arranca el estómago a mordidas cuando acabas de comerte una hamburguesa. Es la sorna, la fanfarronería, la hipocresía, el cinismo, la pornografía, la misoginia, lo banal, lo corrupto, lo aburrido. Es una red interna que se te encumbra en el hígado y hace trizas cuanta felicidad remota o tangible pueda ser olisqueada por tus fosas nasales. Tiene mil caras; la del vecino lacra que se monea frente a tu puerta, la del amigo que se siente tan en confianza que te trata como trapo sucio, la del mono mediocre que jamás te dejó trabajar a gusto en tus máquinas, la del otro macho que te mandó con un gesto de desprecio a operarte las chichis porque así no eras suficiente (sic), la del profesor que a producto de gallina quiere reprobarte por todos los medios, la del pusilánime que nunca se para a decir pío en defensa propia. Es una corrosión instintiva que se chupa las energías de tu plenitud porque en la felicidad secretas amenaza para su supervivencia. El panzón de las mordidas siempre saca una nueva, se le ocurren ingeniosas maneras de echar al vuelo la sagacidad de la vileza y la podredumbre de la mediocridad. Te manda a hacer todo y cuando lo haces te castiga. Te impide hacer todo y cuando dejas de hacer te mata. Después de un pasón de endorfinas corre del panzón de las mordidas, que las huele y las codicia, no para disfrutar la inocente droga que le obsesiona quitarte, sino para hacerle una guerra sangrienta sin campo de batalla ni enemigo claro hasta que quede sólo la memoria borrosa de ti y tus chocolates, tus encuentros sexuales, tus horas de gimnasio, tus chistes. Aguas con el vocero del atraco, que te ataca cuando te descuidas y si te agarra ¡Ay nanita! Si te agarra... Si te agarra, pues vas y te das otro pasón de endorfinas, para que se vaya culeado el muy cobarde.


Animales

sábado, 16 de abril de 2011

Te haces como que de eso no entiendes nada, que te apena, que podrías omitirlo para siempre de tu vida, pero a mí no me engañas, fui tu amante, se lo que piensas, lo que secretas, a lo que hueles.
Vas por la calle haciéndote la que le molesta el sexo de la gente, pero pasas frente a una construcción y te quedas observando a los albañiles con pico y pala, te imaginas cómo será ser embestida por ellos, rajada por la mitad. Te regodeas pensando en el probable asco que experimentes al estar en contacto con sus humores, en un cuartucho, zangoloteada en una cama de latón con el retrato de la virgencita empotrado en mitad de la cabecera. Te preguntas si a ella misma no se le irán los jugos al verlos así, erguidos, fuertes, panzones de un lado y correosos de los brazos. Imaginas que hueles sus zapatos, te sales de la escena.
Continúas caminando, te subes al pesero. Junto de tí una chundita huele a Aqua Net y perfume de la Alameda, trae un pantalón blanco y playerita entallada. Te preguntas si su novio se la meterá sabroso, te preguntas si el uso de pantalón blanco es una señal de estar disponible, sin moros en su costa. Imaginas que le quitas el brassiere de encaje raído y le metes los dedos hasta tener su acritud metida entre las fosas nasales, llamando a gritos a tu propia humedad, tan lejana, tan especialmente Palacio de Hierro, tan dominante. Te imaginas que su novio las ve desde el otro árbol, donde está repegado con otra lonjudita de playera rosa chillante y brillantes letras que dicen alguna babosada en inglés I love you o Baby Girl. Así los ves hacer a estos jodidos, repetidos por pares hasta la náusea en los domingueros troncototes gruesos de los parques públicos, prendidos unos de otras como si se tratara de langostas, de grillos, de moscas.

Ves una jauría de perros correr por el baldío, uno chilla inconfundiblemente: te das cuenta al instante de que ese uno es en realidad "una" y te sientes de pronto solidaria. Cosas de animales, de mamíferos en perpetuo celo, de sonidos provenientes de la misma fuente. Notas cómo va creciendo dentro de tí un hueco borrascoso entre más frecuentemente chilla esa otra una. Deliras al reflexionar que no están ahí en ese baldío sólo 2 ejemplares, que le quedan otros cinco perros alrededor, expectantes, atentos a la acción como si se tratara de la nada. Tú en cambio no estás tan tranquila. Sigues oyendo y sigues haciéndote que no los ves y sigues aullando por dentro. Mejor aprietas el paso -y no sólo el paso-, buscas los cigarros mentolados en tu bolsa, sacas uno, lo prendes mientras te alejas pensando en tus amantes, todos tan perfectamente largos, tan obstinadamente gruesos, tan fascinados de dejártela ir mientras tú continúas representando tu papel de inmerecida hasta que revientas en un grito, hasta que no puedes más, hasta que deseas verte ajada de una vez por todas, en un retumbar perpetuo.

Más adelante decides entrar a un restaurante, la mesa es amplia, rectangular, de madera. Te recuerda la que tenías en casa, cuando vivías con tu mujer. Pides unos camarones, recuerdas lo deliciosos que le quedan cuando los cocina al chipotle con chocolate. Hija de la chingada: a cada desprendimiento de la anaranjada carne del exoesqueleto imaginabas que le estabas arrancando una parte del sexo, bien a bien sepa de qué, una vulva no es similar en nada a un camarón, mayormente relacionado con las vergas, pero de todos modos eso imaginabas, que le arrancabas la carne del interior. Esa tarde terminaron de comer, fuiste modosamente a dejar los platos a la cocina, haciéndote como siempre la muy hirsuta. Pinche taimada: cuando acordaste ya estabas a cuidando de no romper el vidrio de la mesa con las rodillas. La madera olía tan bien, armonizaba con tus jadeos, con el vino espumoso, con sus manos llenas de tí y tu olor acentuado de chocolate y crustáceos.
Terminas de comer en el restaurante aquel, te sales a respirar más humo, de los carros que te gritan mamacita, de tu cigarro, del escape de un microbús. Con lo que te encanta oler humos de escape, pinche taimada.

Ámbar

Pétalos rojos entre las cejas francas, claras

me rozan en aquella mentolada cuadrícula

cuando ya tu ambarina e infinita mirada

rebana con rabia mis muslos, los duplica.


Entonces detienes pausadamente tus vuelos

y miras hacia el hueco como dejando de mirar:

dos pájaros curiosos que asientan los pastos

pero aquel sudor de fresas no se deja arrojar;

se evapora en tus suaves y mágicos adentros

y se expele perfumado entre tus comisuras

no creo que por ahora estés gimiendo sueños

más bien estás riendo musicalmente la gula.


Ahí te siento agudo y cóncavo en las entrañas

aunque sólo percibo tu musgo al lado del mío

y así tu lengua sólo acaricie gustosos verbos,

los seduce y yo tengo de vouyerista el vicio.


Te reclamo con mi bandera de savias salivas

y me derroto al final en tu suspiro de neblina

levantas ámpulas de convulsión escarlatina

violento suena el ámbar que descansa sonrisas


Casa llena

En ese jardín de amarantos, vienes a mí como un enterrador, comprando las dudas y los encierros para tirarlos en el bote de los inorgánicos. Nunca te había visto así cuando la tensión empañaba mis nervios ópticos de semblanzas, añoranzas, desasosiegos. Pero eres fuerte y caes con la lluvia en medio de la temporada de calores infernales. Te habías escondido allí en las nubes grises pretendiendo que no existías, que no llegarías, que no te detendrías en tu viaje estelar entretejido en mis sueños. Te palpo, me palpas, somos dos espejos jugando a las escondidas y ante el azoro de las ardillas, nos encontramos. Corriendo descalza, escenifico la barbarie de mi especie naturalmente nostálgica pero desarraigada mientras tú destrozas rosas con los pies para echar el vuelo tras de mí y levantarme como trofeo de caza. Cae el telón, detrás se oyen risas infantiles de los actores que se contorsionan entre las ramas ante el recuerdo de los rostros de los espectadores sorprendidos por el final de la historia. Somos cómplices en el hartazgo de la desdicha, compañeros de juego que no buscarán la victoria sobre el otro. De pronto, tu boca provoca cosquillas en el paladar y se nos olvida la trama, pero al final de cuentas, ¿a quién le importa? Estás tú, estoy yo: hay casa llena.

El océano desde mi pesera

En una dimensión paralela, igual y hasta elegíamos ser uno del otro.
No tenemos tiempo, no tenemos espacio, no tenemos presente, no tenemos futuro y algo en tu pasado es violentamente similar al mío. Ella, mi Ella, también llegaba olorosa a semen ajeno (no hay nada más violento que detectar otras secreciones en el corazón amado, entre tus sábanas mismas, a la hora de despertar. "Naciste para no merecer" es el mensaje que a punta de rítmicas convulsiones van a tatuarse en el culo para traértelo de ofrenda; sonrientes animales de presa te presentan un pájaro muerto de tu propio nido). También a botellazos arremetía contra todo lo que me era sagrado: derramando el alcohol sobre mi cuerpo antes de prenderle fuego. Pira del Terrible, holocausto en donde no eres más que un cordero.
Ah claro, también tomaba su fajo de billetes para restregarme su rencor contra mi amor por lo bello nacido de lo simple. Y si no me mandó golpear con sus allegados fue porque su socioeconomía es más ficción que melodía.

También se de lo mucho que cuesta recomponerse, de las noches de insomnio rasgando paredes con sanguinolentos jirones antes denominados dedos. Del miedo a su mundo, a su violencia irracional -experimentan una fascinación por verle saltar a uno en astillas, se sienten las dueñas de su imagen al vernos espejo roto-. De los momentos de locura donde te parece que no hay más verdad que la dicha en sus mensajes odoríferos: "naciste para no merecer, eres un desmerecido ontológico, basurero del mundo"; de los momentos de lucidez donde te ves a tí mismo desde fuera, y te juzgas ridículo por llorarle a un amor (no hay cosa más tonta que llorarle al amor). De los modos insanos de resolverlo, con canciones de dolor en las que no crees, con drogas en las que ya no confías, con gente a la que no estimas, con cuerpos a los que no amas. Y entre más te saturas de basura más te sientes que eres parte de ella... y que Ella, tu Ella, es aún más basura del mundo que tú, por haber elegido compartir su miseria contigo, por intentar nutrirse de algo nacido muerto, nacido para no merecer.
Y es una eternidad la invertida en sentirse alternativamente más o menos mierda que esa mujer. A final de cuentas, siempre se define uno en función de ella. Entonces viene la aceptación de que ella ganó y luego la de que uno ganó porque acepta que ella ganó... y de vuelta al hoyo dentro de un hoyo, dentro de un hoyo, dentro de otro más. Hasta completar el cuenco inmenso -órbita ocular de la calavera- donde apenas logras apreciar con cierta lástima aquellas cosas que te constituyen: orgulloso queda uno de sus simplezas. Uno lee, escucha radio en las noches melancólicas, va de copas con ánimo de meterse en la pared a escuchar a los demás. De vez en cuando sale del mamposteo y platica un poco, esperando encontrar alguien que sea capaz de aliviarlo. Nunca aparece, entonces uno emprende el regreso a la vida interior.

Pero un día apareciste y aparecí y -supongo- secretamente se fue gestando este paréntesis en la programación, este archivo temporal que desembocará en otra cosa que no es él mismo. Todo se hace en silencio. Como se hace la luz dentro del ojo dice Sabines, uno de los bardos más llanos (razón por la cual me disgusta, pero más me molesta saber entenderle).
Cuando hablo contigo, me parece que se está filmando una película surreal sin sonido, donde tus palabras son secretos con los que yo me quedo; donde me expreso confiada en eso mismo, en la ausencia de un registro entero. En esta filmación, no se si tú y yo estamos representando personajes empeñados en representar que representan, en un desesperado intento por alcanzar la autenticidad sin cederle al otro un ápice de nosotros mismos.
En este filme de risa loca, parloteamos frenéticamente queriendo la trama no se trate de nosotros, sino de alguna frivolidad ajena. Mientras tanto, los espectadores concluyen el tema es la comunicación de dos misántropos mucho antes de que tengamos oportunidad, en medio de tanta palabrería emitida, de darnos por enterados que sí estamos entrañando el mensaje del otro.

Siguiendo con el bardo llano, a mí no me gusta cuando callas, me gusta tu mano tomando la mía mientras el radio habla. Se ha constituido en símbolo de una alianza propia de un acto de psicomagia: solos, dejados del mundo, odiando al mundo, temerosos de ver invadido nuestro equilibrado universo lleno de libros y estaciones de radio... y deliciosamente vacío de personas. Solos, tomados de la mano pero sin decirnos nada para no aceptar que hay alguien más en la habitación: la perfección es un radio que habla en la oscuridad, la comunicación perfecta es la que se establece con otro humano al que conocemos pero no vemos ni tenemos cerca. No buscamos la presencia del otro al llegar a casa, nos estorbaríamos terriblemente; el paréntesis del tiempo se tornaría archivo ejecutable: habría que ponerle un objetivo, dotarlo de metas, de obligaciones, de tablas de Excel para hacer cosas juntos, para programar los pleitos, para economizar o derrochar tiempo en sanarnos uno del otro; habría que buscarle un epitafio para que los demás le aplaudan por lo bonito que se ve en la foto, lívido, gris, adornado de flores y con su letrerito "parejafeliz".
Lo que buscamos, es la complicidad del otro, aún para el fractal absurdo en que dos misántropos se meten siempre: tememos el otro falle y empiece a enamorarse cándidamente, a querer demandarnos espacio, a exigirnos ser su felicidad y luego a cobrarse con rencor el no cumplirle sus caprichos; tememos que el otro empiece hacer humanadas pues. Y es que, ya hablando en plata ¿quién confía en los humanos? 
Pero también secretamente tú temerás que yo tenga esa misma alianza silente con alguien más. Y yo... bueno, mientras escribo, tengo miedo del ridículo que implicaría estarme considerando tu aliada especial en el justo momento en que haces gala de tus artes ante otra con quien también termines escuchando el radio tomados de la mano, plasmados en el lienzo nocturno.
No nos queda más que confiar en la misantropía del otro, en que sabe/sabemos cómo es este negocio y no nos llamaremos a ofensa por ello, ni tampoco a obligaciones tontas. Ni haremos escarnio de lo que sentimos.

-También a mí me pasó lo mismo, corazón adolorido ¿Qué más puedo ofrecerte sino el afecto de quien tampoco ya está para volver amar?, es la frase que me falta por decirte... honestamente no se si cuando regreses vaya a tener pertinencia, a lo mejor para entonces ya no necesitas alivio para ese amor. Los amores donde te atascan las venas de ajenjo no son más que reflejo de lo que uno es: débil ante sí mismo, deseoso de jugarse el pellejo compitiendo con alguien más jodido, buscando con ello que nos refuercen el miserable concepto que tenemos de nosotros mismos, la poca valía que le otorgamos a nuestras cajas de Olinalá, de las que de todos modos nos enorgullecemos tanto. Y sin embargo, es este mismo aprecio por lo que llevamos dentro lo que nos hace necesitar la aceptación de otro, el afecto de otro... otro quizá que no necesite ni que lo amemos ni amarnos con devoción.


Tengo miedo de ese viaje tuyo ¿y si regresas completamente transformado y mis decires, o lo que es peor, yo misma te resulto impertinente? No debiera ocuparme, hemos hecho un pacto de sinsentido, de ofidio en pos de mantener asida la cola entre las fauces, de tiempo siempre conjugado en presente. De cualquier manera, contigo todo lo pertinente es impertinente y todo lo doloroso es ocasión de fiesta. Todo lo irresponsable es lo más ético y lo que pareciera no poder cumplirse tiene fin en su correcto tiempo... y lo que es más, de manera elegante, armoniosa e indiscutible.

Tu ética es algo que me fascina, en cierta medida, es muy similar a la mía. Odias la imperfección de lo hecho sin gracia, sin compromiso, sin pasión. Por ello no confundes lo esperado con lo programable; es decir "lo que debe ser" con "lo que debe hacerse". Para tí ser es hacer, es tiempo presente; no te gusta el hacer como la promesa de llegar a Ser. Se es en presente, desde dentro, sin obligarse a los demás, sino interactuando con algunos de ellos. 
Lo programable motiva en tí subterráneos sentimientos de violencia. Cuando intento sacar mis "deber-ser", escucho el rumor profundo de tu océano, donde tienes la Ira y la Amargura amordazadas como al Kráken. Contigo aprendo a callar mis absolutos, a desatar la imaginación; te dejo hacer y preguntas que cómo es eso posible, si mi bandera es no dejar hacer a nadie sobre mí y menos a uno de tu sexo, marcado milenariamente por el ejercicio de la dominación artera e irracional. Cuando tienes ganas de hacer preguntas entrañables, de establecer una comunicación humana, el contorno de tus ojos se torna rosado. Pareciera como si tu corazón se sangrara las manos luchando contra los barrotes, simbolizados en tus párpados. Me enternecen tus ojos interrogantes, gélidos con mucho esfuerzo. Entonces te respondo "pues simplemente ES" al tiempo que temo estarte hablando de una promesa que no cumpliré: me es difícil no esperar, no demandar, no requerir para mí, no conducir las aguas de mi pesera. Pero me ganan tus ojos y hago acopio de fuerzas, contesto con firmeza y procuro no pensar en tus posibles futuras reacciones adversas. Para ello, me prendo de la única certeza: cada uno somos un hermoso archivo temporal en el historial del otro.

La vida es sueño

Te he soñado vestido de blanco. Estoy yo en una casa enorme donde la única finalidad es nadar y terminar un jardín. En ese empeño nos encontrábamos tú, yo y algunos conocidos. Hace mucho tiempo leí un libro que trataba sobre la construcción del jardín perfecto: Los Jardines secretos de Mogador, se llama. En él aprendí que los jardines son metáfora del arte más amado en la vida, aquello que nos da ser y sentido, que nos hace sentir plenamente realizados. Este jardín que debíamos construir cada uno de los que estábamos en esa casa, era un jardín de tierra removida, de palas, de cepas, de humedad. Vi uno que me causó mucha risa por su ridiculez, me mofé; disfruté frívolamente hacerlo. No recuerdo cómo era el mío, sólo tenía dentro del sueño la sensación de no necesitar compararlo más, yo estaba ahí para otra cosa: estaba para nadar.
Me zambullo en una cascada y al mismo tiempo estoy cambiándome de ropa para poderme meter al agua. Mi padre cambia de habitación conmigo para que en una más amplia pueda ponerme el traje de baño y alistarme. Espera afuera pero lo hace de un modo en que no lo hace en la realidad. Espera con paciencia. En algún punto te encuentras, te percibo, se que estás afuera esperando con él, conversan sin estar tú presente físicamente. Al salir me aviento a la cascada; en un instante estoy dentro de una enorme galería donde se exhiben héroes de ciencia ficción y fantasía. Es una especie de feria del cómic donde se presentan novedades. Al mismo tiempo, es un vagón de metro.
Cuando estoy comentando con tristeza sobre la inexistencia de un personaje mítico inspirado en mí, doy vuelta y veo un cartel con mi descripción y un dibujo donde se me retrata sin armas, sin un vistoso traje, sin insignias, vamos, sin el carisma de un santo, sin alegoría alguna. Porto simplemente un parco traje blanco con un aura alrededor de toda mi silueta trazada con lápiz grueso. Sin embargo, la ficha me describe tan acuciosamente que no puedo evitar observar la firma: es de mi hermano, el que dibuja monitos.
Resulta que el aura me parece a un tiempo el símbolo de la eterna imperfección autoinculpada y del poder generado desde el interior. No recuerdo bien a bien que decía la ficha, sólo que me la paso minusvaluando mis capacidades por no ser copias calca de las de quienes considero más fuertes. La ficha continuaba diciendo que a pesar de esa enorme desventaja, el "poder" del personaje ahí retratado es tener una bien calculada red de interacciones con los individuos a su alrededor, pues en la búsqueda de replicar fortalezas, ha vuelto parte de sí mismo la capacidad de retratar con agudeza las filias y fobias de la gente. En ese momento se abrió el vagón y entraste tú, vestido con una camisa y un pantalón de lino y algodón blanco; ropa muy fresca y relajada. Te preguntaba yo por la razón de ese atuendo (nunca te he visto así) y contestabas con una amplia sonrisa que así eras tú, que no podía extrañarme, pues siempre te he visto considerando inocuo al mundo. Preguntabas entonces si me había gustado nadar, si entendía las razones de lo ridículo de aquel jardín que juzgué, si tenía algo que hacer al respecto de lo escrito sobre mi personaje en la ficha, si es que me quedaba claro que la razón del existir es pasarla dándole cumplimiento a la obligación de no cumplir expectativas, sino disfrutar el tiempo inmediato.
En realidad me daba gusto verte vestido así, disfrutaba enormemente que el máximo símbolo consciente del desequilibrio, en el plano subconsciente se constituyera el arquetipo de la sabiduría. Desperté con una placidez extraña. Tienes tantas cosas dentro de esa cajita de Olinalá...



El efecto mariposa

jueves, 14 de abril de 2011

¿Por qué me siento a comer a ciegas? De pronto me llevo una cuchara a la boca y podría estar llena de moscas muertas o una ración de nutella. A veces muerdo la cuchara y mis dientes rechinan contra el metal sin causarme siquiera una reacción de ansiedad, de esa que provoca esperar algo suave y clavar los dientes antes de encontrarse algo frío y taimado como una cuchara de metal. Preferiría comer con palos chinos, por lo menos me astillaría la lengua y en ese caso seguramente me levantaría corriendo al baño por las pinzas de depilar y sólo tal vez se borraría momentáneamente la huella que pacientemente me he dedicado a marcar en la silla en la que me siento a recordarte.


Es el asiento perfecto; de ahí se ve la televisión y cuando hace calor, entra una corriente de aire por la ventana directo a mi lugar. Cuando alguno de los gatos negros quiere entrar por la noche, desde ahí soy capaz de verlo de reojo a través de la ventana y sólo me basta un movimiento corto y rápido para abrirla. También es un lugar estratégicamente colocado para mirar hacia la cocina y hacerme mapas mentales de qué podría comer si no tuviera tanta pesada nostalgia amarrada a las pantorrillas que me inmoviliza y me inmola al sentir las llagas que se me forman en los muslos por estar sentada en una posición anti-ergonómica. También es un lugar en el que las ondas que emite la antena WiFi que está en el estudio, rebotan perfectamente por todos lados y me dan una señal perfecta para permanecer frente al monitor mientras reviso los correos electrónicos que rara vez están dirigidos a mí, paso rápidamente las páginas de ofertas imaginándome a cuál de tus fiestas fresas podría asistir con ese vestido de encajes para el que no me alcanza el dinero. También leo las noticias e imagino que las estás leyendo indignadísimo, pero que se te olvida a los dos segundos cuando entra alguien por la puerta a pedirte algún favor. Y siempre mantengo una botella de refresco cerca de mí en una ilusión autoinducida de que me despejará la garganta durante los descansos en los que no estoy fumando y la garganta me deja de doler por tanto coraje atorado. Siento como si las burbujas poco a poco me fueran abriendo ese pequeño hueco por el que casi ya no sale la voz, ni siquiera cuando canto a todo pulmón las canciones exageradas que tengo en mi lista de reproducción.


A mi derecha, un cuaderno en el que me dedico a hacer listas: la del super, la del itinerario de las parrandas a las que seguramente no iré, la de las universidades a las que quisiera ir a hacer mi maestría, la de los nombres posibles que podrían tener mis futuros hijos, junto con sus características físicas, cuidadosamente calculadas por las lecciones de genética que me da mi hermano a la hora que regresa de trabajar. Siempre las deduzco sobre el 50% que corresponde a mi herencia genética con un gran signo de interrogación a un lado cuando se trata, por ejemplo, de si he de tener una hija con cabello chino porque ahí sí, no podría saberlo más que si se tratara de un varón, al que seguramente sí heredaría mi enredadera de cabeza.


Entre las listas también figura una en la que anoto mis estados de ánimo por cada hora del día: 12 pm – somnolienta, 4pm – desesperada porque no encuentro trabajo, 11 pm – Feliz cantando las rolas que oí en el concierto. Y así sucesivamente. No sé qué interés pueda encontrarles a esos apuntes dentro de dos meses cuando haya concluido este ciclo, pero definitivamente, escribirlos me genera una sensación de vacío y dejo de estar haciendo error kernel porque me inunda el sentimiento de las seis de la mañana o el de las dos de la tarde.


Me gusta ponerle números a todo. Mi amiga la Yaocihuatl me hace burla porque planeo mis vacaciones en una hoja de Excel, con horarios y filtros por día y evento para poder localizar mis actividades con más rapidez. Después me pongo a calcular la probabilidad de que tú y yo estemos mirando el mismo programa de televisión a la misma hora y nos genere la misma risa. Cuento el tiempo por segundos y aún así el día se me hace muy corto.


Cuando estaba contigo, todas las cuentas eran regresivas: cuántos días quedan para que te vuelvas a ir, cuántos pares de calcetines quedan en la cajonera para cubrir las necesidades del día y esa cifra habría que multiplicarla por la probabilidad de que ese día decidieras usar chanclas y por la otra probabilidad de que tal vez, podrías irte dos días antes de lo previsto en mis cálculos.


Podría haber hecho una tabla de Excel con tu comportamiento general y mirar las progresiones de las actitudes que te llevaron las otras veces a alejarte y entonces pude haber tenido un pronóstico más acertado de la fecha fatal. Y en ese tenor pude haber calculado el presupuesto de la comida, el tiempo que me tardara en lavar los platos, la ropa, el tiempo que nos quedaría para ir al cine o a tomar un café, la cantidad de cigarros que me fumaría y el número exacto de amigos que necesitaría para mantener la mente ocupada, contado desde el día en que te fueras hasta el día en que te olvidara, según mis tablas de regeneración emocional que he llenado con datos experimentales durante los últimos diez años.


Si hubiera hecho todo eso, tal vez hoy no estaría mordiendo cucharas vacías con los dientes despostillados esperando que pasen tres milisegundos para ver si reacciono y darme por muerta si no. Tal vez si hubiera hecho todo eso, hubiera comprado el vestido de encaje una semana y media antes de que te fueras para que pudieras vérmelo puesto y tal vez eso inclinara la balanza de las probabilidades en otro sentido. Tal vez pudiera haberme acomodado en el sillón rojo en lugar de la silla del comedor y entonces comería menos aún durante el día y fumaría más, lo que podría redundar en que adquiera un cáncer a temprana edad y luego tal vez te podrías haber cansado de estar sólo y estarías recostado una vez más en el sillón verde esperando que te ponga atención mientras yo, extremadamente ocupada, seguiría haciendo tablas y regresiones lineales.



Amor enterrado

Voy a hacerte un huequito

en el fondo del asfalto

por el árbol de la esquina

donde no pongo mi brazo


Pero no voy a pisarte

porque no te he entretenido

para hallarte ahora ausente

nutriendo este mar postizo


Ya que salgas del espasmo

yo te llevo pa’ mi vientre

como si de ahí fueras oriundo

y comas lo que te apetece


Ay que afuera tú mordiste

tres pedazos de mi vida

y olvidaste en mí tu almizcle;

es que fue veloz tu huída


No te pongo encima al santo,

no es tu carne más sagrada

pues teñiste de amoniaco

toda mi alma que es anciana.


No pondré tu nombre arriba

no sea que me lo recuerdes

y luego andar ahí de abusiva

repitiéndolo en las noches


Pero ya cuando te salgas

yo te tiendo bien tu cama

aunque a ver si no me engañas

y más bien tiendes las alas

para arrogarte mis pulsos

allá en el aire que disfrutas

y en cada suspiro profundo

tu halo aspire furibunda



El fantasma de la transición

martes, 12 de abril de 2011

¿Serás tú quien ha de redimirme

entre las heces del desgaste

de la pantalla que he sido yo,

del terror que me destrozó?


No te puedo ver siempre

entre estos agrios barrotes

de soledad empañados


¿Pero eres tú? ¿Estás seguro?

¿Habrás de cargar el saco

de las lenguas desafinadas

para música de brujerías?


No te puedo tener siempre

entre estos agrios barrotes

de deshonra estampados


¿Pero eres tú? ¿Lo crees?

¿Habrás de azuzarme la piel

cruda y pálida de despertares

entre rojos anocheceres?

No te puedo querer siempre

entre estos agrios barrotes

de estulticia embarrados


Eres tú, está bien, lo sé

Allí estuviste mirándome arder,

me inmolaba en tus deseos,

pero tú jamás huiste al destello

como todos, como todo

lo que al anochecer se marcha

entre la confusión del vicio

que para nunca se derrama.


Tú no hiciste nada, ¿para qué?

eras profeta de mis errores

paciente vengador de mi ira

inocuo creador de nuevos andares


Secuéstrame en tu dicha

en tu marcha de paso quieto

en tu palabrarería de santo

en tu candidez de velador.


Sé que eras tú en el andador

cuando pasé de largo tu risa

cuando retorné a las sombrías

auras que porta mi verdugo.

Bienvenidos al fin del sueño

domingo, 10 de abril de 2011

Se me atragantan las palabras buscando cómo responderle a Emma. Quizá debo empezar por esclarecer de lo que estamos hablando. Antes las generaciones eran más largas, ahora son más cortas y la diferencia puede residir hasta en un mínimo de 5 años.
La generación de los que fuimos adolescentes en los noventas es, a mi modo de ver, no tanto los detentadores de sueños de cambio, sino los agoreros de lo porvenir, por eso no resolvimos nada y nuestra propuesta simplemente se limitó a sonar como un largo lamento. Trompetas del apocalipsis... Apocalypse Now. En términos internacionales se nos recuerda por ser a un tiempo los dueños de un Seattle lleno de jóvenes protestando contra la uniformidad de un futuro global y una generación ávida del vacío derivado del consumismo irracional ¿para qué buscar remontar el curso del mundo si ya todo se va al carajo? Podríamos cifrarnos en cuatro frases: I hate myself and I want to die, The world is a vampire , I want to watch it come down (...) all the pigs are all lined up y  I'm paranoid, but i'm not an android...



En México, la mitad fue Generación X detrás del TLC y sus sueños mercantilistas. La otra mitad nos quedamos vampireando: si el mundo no cambia, YO me volveré un odiador del mundo, un transformador de mi interior; intentamos construir el Superhombre de Nietzsche desde una perspectiva un tanto pueril. Como en el resto del mundo, fuimos simplemente la trompeta del Apocalipsis, dispuestos a inmolarnos como Juan Escutia. La generación del altermundismo que denuncia pero no detendrá la caída, sino que tiene como bandera precipitarlo todo al vacío, ya, pronto, antes de que se haga tarde. Para variar, sólo la voz de Rita y compañía intentó llevarnos por otros derroteros. Pero al zapatismo se lo tragó el ska y el ska nos era/es ajeno. No queríamos ser niños buscando regresar al útero, ese mundo feliz pletórico de Elmos; queríamos ser vampiros en un mundo de seres fuertes.

Así es como el acortamiento de las distancias trajo 2 generaciones en vez de una: la de Emma y la mía. Los que íbamos a la mitad de la universidad cuando la huelga de la UNAM. Los que entraron a las prepas al final de ella. En el momento actual, desembocamos en 3 particiones del mismo disco sin eclosionar: los adultescentes que no podemos hacer nada a los 30 porque no hay perspectivas de futuro (nunca las vimos, nunca nos las prometieron, nunca buscamos construirlas); los politizados a pesar de sí mismos a fuerza de demandar otro mundo, más justo, aunque se limitaran a enarbolar contra el fascismo tan sólo el retorno a la infancia feliz; a gritar sin mucha conciencia "¡re-sis-ten-cia, re-sis-ten-cia!" en los conciertos donde como único peaje se les pedía acopio para las comunidades zapatistas, para ellos un símbolo de ese mundo feliz del buen salvaje, tan similar al mundo feliz del que busca regresar al útero (el útero de un país mestizo, sus mitos sobre la manera de vivir del indio) y por último los niños huecos... esas almas que deambulan desvalidas entre Wisin & Yandel, K-Paz de la Sierra y Belanova. Los que sólo buscan sobrevivir... ¡ups! tal cual lo hacemos nosotros. Tres particiones de un mismo tiempo humano sin resolverse.

Y es que finalmente no somos los anarcos de los años ochenta, esos que en Tenochtitlan destruida vieron la oportunidad de construir la sociedad civil. Ahí tienen a la Maldita tocando en un camión de redilas para juntar ayuda para los damnificados, a Caifanes construyendo una forma moderna de ser mexicanos con los jirones de lo que el sismo nos dejó. Nosotros, los noventeros, abrevamos de esos sueños nacidos en los ochenta, por eso seguimos a Caifanes a la Maldita, a Santa, pero nos hicimos con Kurt, con La Cuca y sus rolas de puchas y guarradas; con la Casta y sus ondas de locos oscuramente metidos a pensar en sí mismos... y en eso se nos murió el sueño en las manos. El ska nos parecía la moda de los morritos zapatistas confiados en que de verdad Marcos era más que un calcetín con pipa ¿Qué más podíamos opinar los que teníamos como compañeros de aula una bola de enajenados porque el dólar está a $3 mientras los gringos invaden Irak, desmantelan a fuerza de francotiradores e intrigas a la Europa oriental y se meten hasta la cocina en un complaciente país mexicano? ¿Qué podíamos más pensar los que ya no confiaban en nadie, ni en el género humano mismo?
Todo esto es una falla cuyo origen se remonta a los sueños rosas atascados de drogas de los 60's, pasa por el no saber cómo construir un anarquismo efectivo de la generación punk y llevó como estocada final la falta de esperanza y búsqueda irracional del vacío del grunge-altermundismo/Generación X. Interdécadas 80-90's apareció como rayito de luz el movimiento mexicano del rock, pero nos encargamos de seguir en el I hate myself... y todo se lo llevó el carajo ante nuestra socarrona complacencia.
La generación ska fueron patadas de ahogado. Chavitos metidos entre los ya próximos adultescentes conformistas ex-grungeros y los morritos huecos llenos de Televisa y DisneyChannel y la reedición del Idiota del 8, los que ahora son los jóvenes. Metidos con calzador entre dos generaciones nacidas para perder, ¿qué podían hacer? ¿cómo remontar lo que va directo al vacío? Es como tener un hermano huevón y peludo y un hermanito bebé lloriqueante y cagón. El grande sigue pataleando  absurda y ridículamente que aijeitmaiself... y prefiere perpetuar su adolescencia llenándose de frivolidades. El pequeño prefiere estar oyendo rolas de dizque vergudos que la meten en todos lados y de narcos que tienen fiestas, tragos y viejas a golpe de cuernos de chivo; prefiere estar pendiente de cambiar de modelo de celular a tiempo, para poder meterle más canciones. ESE es el quid del momento actual.
Pero ni modo que no denunciemos la diferencia cuando se presentan eventos como el de ayer en el Autódromo, donde la luz de Caifanes volvió a brillar en todo su esplendor. Es tanto como pedir "regresar a los tiempos del general Cárdenas" aunque sean los tiempos de mi abuelita, es decir, nunca fueron míos pero sabemos que es cuando estuvo mejor nuestro país. Es buscar un referente, asirse de la poesía, pedir perdón por no haber hecho nada cuando nos tocaba, por dejar morir todo... tratar de mostrar que "otro mundo es posible" ¿O de dónde vamos a sacar inspiración para solucionar este desastre? ¿de Espinoza Paz? ¿de Don Dinero? ¿de Pxndx? ¿de los pendejos esos mierdas que cantan "pero que sea desértica, oh sí..."?
Y es que digo, seamos honestos, ni modo de referirnos a la cínica generación de los 60 que terminó por defender el libertinaje y dejarnos al garete de la sociedad hedonista, de la inmediatez que ellos construyeron. Ya nadie le cree a esa gente, a los rucos leditbi (nota al pie: creo que ya estoy entendiendo por qué me caen gordos los Beatles).

La moneda está en el aire, que la reaparición del corazón contracultural en las últimas cuatro ediciones del Vive Latino no sirva para que nos robe el sueño el mercantilismo, sino para difundir masivamente la posibilidad de ser más poesía y menos muertes en los retenes, en las calles desiertas, en el desempleo y en ese oscuro sentimiento derrotista que por el momento asoma cuando decimos "soy mexicano". Voy a desenterrar tus huesos y con ellos voy hacer el fuego de la vida...