Homenaje a una torre de fuego

jueves, 24 de mayo de 2012


En un anfiteatro, como siempre, los rostros que se alzan en todos los asuntos de interés mundial; el atropello a la dignidad humana, la pobreza, la ecología, la administración pública, el sindicalismo, cientos y cientos de querellas internas y externas, nacionales y extranjeras. Son los que no se cansan, la semilla de todo. Y ahí estan, y ahí seguirán. Pero más revitalizante es, cuando aquellos que no vemos caminando en la calle, se desnudan de la nata que dificulta la visión, la visión de aquellos que desde su anacrónico juicio los pinta callados y blasfemos contra todo lo solemne y lo digno, lo noble y lo productivo.
¿Qué sabe uno, pues, de la evolución desde la óptica en el mismo punto de siempre? La juventud se mueve en su revolución biológica, mental, trascendental como es para el avance de la vida. Y la juventud no calla, hace todo menos callarse. Si andan con las nalgas de fuera, habrá quien les llame impúdicos, si pintan con sus jergas callejeras, habrá quien le pinte encima con la brocha blanquecina y, como es de esperarse, si no gritan al tiempo que todos lo esperan, se les reprochará de impávidos o peor, desinteresados. Al final, no se podrían llamar jóvenes si hicieran lo que todos esperan de ellos. Por eso es tan poética su aparición en cualquier escenario; improvisada, revoltosa, diferente, inesperada.
En el anfiteatro, donde ahora se debaten durante largas horas los temas duros de interés nacional, se “sabe” que ellos no moverán ni un dedo, que dejarán correr los ríso de sangre, que mancharán las mentes de basura televisiva, que callarán… Pero ¡bendita estridencia que hace estallar hasta esas butacas! Quien se ocupe en definir lo que sucede, está perdiendo el tiempo.
Hace más de medio año escribí largos tratados sobre la condición del NiNi, ese aislamiento del todo, esa escisión del movimiento humano “civilizado”. Hoy es tema de campaña electoral, porque si hay algo que sí sabemos todos sobre los jóvenes, es que su anuencia es un tesoro codiciado, en tanto impulsivo y escandaloso. Caemos, como moscas, rendidos a tratar de entender lo que nace de ningún lado con ningún objetivo más que el de cambiar y a admirar cómo, la actividad no planeada, resultó la más efectiva. Pero nos estamos engañando, el grito de cambio es su grito de todos los días, el que no escuchamos porque sólo podemos aprobar lo que entendemos. Ayer su adicción a la red representaba deseperanza para los repartidores de panfletos de antaño. Ayer su ingenio ejercitado en sinnúmero de estrenduosidades era signo de la decadencia de los tiempos. Hoy, su condición, que no ha cambiado en unos días, es la bandera de todas las campañas, no sólo las electorales, sino también las intestinas, como todo observador que intenta apropiarse de la belleza, internalizándola, fundiéndola en lo que nos ocupa, en lo que deseamos. Sólo cabe dejar ser, ceder todo reflector, dejar de solemnizar, de amenizar, de juzgar, de patriotizar. Acá nosotros sosteniendo el mundo, allá ellos armonizándolo con bestiales gritos de amor, con los ritmos cardiacos que no cesan de perturbarse con el mínimo desequilibrio de las sombras, con el arrojo del brote que se hace saltar a la vida sin esperar el rayo del sol, con las infinitas contradicciones que dan lugar al crecimiento, que nos obligan a subir al siguiente escaño a regañadientes. Que así sea

Nadie les ha enseñado a hacer lo que estan haciendo; nadie le enseña al árbol la forma de dar sus hojas y sus frutos.” Julio Cortazar, Homenaje a una torre de fuego


-----------------------------------------------------
                                                                                      Publicación de Emma

0 comentarios:

Publicar un comentario