El loco

jueves, 5 de mayo de 2011

Deliciosamente oportuna, tu manera de apercibirte de refranes adecuados para cada ocasión. Cuando no recitas a Calderón de la Barca, te avientas un verso de Agustín Lara, entre albur y albur, combinado mañosamente con pasajes de la biblia y mantras tibetanos para salir del estrés. Rigurosamente postmoderno, tu modo de ver el mundo. Nada es sagrado, no existen convenciones sociales que no deban romperse, te nutres del escándalo del mundo y te alegra que piensen que neurológicamente estés mal. Hasta se te antoja. Te apetece espantar al de al lado para verificar si le da más pena por ti o por él mismo. Me has contagiado. Me descubrí poniendo el carrito del super de modo que la señora que venía encabronadamente encarrerada chocara conmigo ¿y qué crees que pasó? Despertó. Igualito que cuando me despiertas por las tardes cuando te pones a gritar cual mariachi alrededor del kiosko. A veces no sé por qué siendo tan contrario a mí me atraes. Me empalmas en los puntos donde tengo carencias, me acoplas a tu locura y hasta los perros ladran cuando nos juntamos. Siempre tuve lo que quise, nunca lo que necesitaba. Te necesitaba a ti, en esa alta frecuencia que ensordece a los mojigatos y derrite el manual de Carreño. Voy tirándome del quinto piso y retorciéndome de la risa en el camino, mientras tú apuntas tu frase favorita “La vida es sueño”, ¿qué importa a qué te estás aventando? Yo sé que nadie te puede entender como yo; hace falta un ingeniero para darse cuenta que tus conductas están orquestadas y son atinadamente alevosas. Sobre todo lo noto cuando hablamos de amor; te pregunto si crees que dure para siempre y me contestas preguntándome si se podrá comprar un kilo de amor en la abarrotería de la esquina. Nada qué agregar, sé lo idealista que puedes resultar debajo de toda esa perorata vulgar. Eres inclusive más idealista que yo y eso me resulta alentador. Los trágicos no son idealistas, sólo tristes. El otro día te acusaron de pragmático, te dijeron que tienes criterios de cocinero, inmediatos e insustanciales. Tú siempre dices que la cocina es un poder que nadie percibe y que, quien tiene el control de los apetitos, tiene el alma de todos en la palma de la mano, pero dejas que pasen los bohemios e intelectuales con su despectiva mirada, creyéndote tonto. Posees todo cuanto no entiendo; los recovecos de la humanidad. Yo calculo, construyo, ingenio. Tú observas desde la parte de adentro del disfraz de desquiciado para medirlos y llevarlos a tu frecuencia, pero no te aprovechas de ello. Das, simplemente lo que nadie tiene: una salida de la rutina, una ternura irascible, un idealismo profundamente aterrizado. Eres un loco.

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