Crónica de lo que pasó en el Vive

domingo, 10 de abril de 2011


Todo empezó semanas antes cuando se agotaron los boletos del Sábado para el Vive Latino y era obvio por qué. En la radio volvían a poner a los Caifanes de manera regular y los podías escuchar en las casas, a través de las ventanas. Calentando gargantas, rehabilitando sensaciones. Llegó el día y en las salidas del metro, donde normalmente encuentras revendedores preguntándote si te sobran o te faltan boletos, ahora había puros chavos con letreros de “Hazme el paro, véndeme un boleto”. No lo sabía yo, pero minutos antes se había armado un zafarrancho en la entrada, en el que entraron incluso algunos que no tenían boleto, de tal manera que cuando llegué estaba una pared de granaderos montada frente a los accesos y quienes estábamos por entrar, sentíamos desesperación. Empezaron los jaloneos, las mentadas de madre, y ante la perspectiva de que esto podría resultar perjudicial, ya que podría provocarse un segundo portazo, los organizadores prefirieron volver a abrir los accesos y ponerse al tiro para revisar los boletos.

El Foro Sol, repleto: las gradas, la pista, en todas las locaciones los empujones estaban de a peso y se luchaba por cualquier centímetro cuadrado que nos ganara visibilidad. De hecho, había quienes no querían ver a Jarabe de Palo, pero desde entonces estaban parados allí esperando. Mujeres con carreolas y hombres cargando niños, quinceañeros greñudos, rukos rebeldones, todos en el mismo viaje ácido de la noche.

Se encendieron de chingadazo las luces revelando a dos personajes a quienes no se les había visto juntos desde hace 15 años, cuando las únicas noticias sobre ellos eran las rencillas que rayaban en lo violento, convirtiendo el tema de los Caifanes prácticamente en título de nota roja de farándula.

A nadie le causaba morbo el reencuentro en sí; el morbo provenía de la demostración propia de la personalidad, para algunos de nosotros marcada por el soundtrack que nos proveía cada disco, para algunos otros por la duda de por qué demonios estaba toda la ciudad “encaifanada” y si serán capaces de ponerse al corriente. No se trataba del reencuentro, de las razones que lo incentivaron, de sus nuevos proyectos que generarían para el futuro, ni de la salud de uno u otro. Se trataba de catarsis masiva.

Comenzaron con ¿Será por eso? y todavía no me caía el veinte de que estaba entrando al túnel del tiempo que me regresaría a mi infancia, hasta que sonó el grito de “Au” que da comienzo a Mátenme porque me muero y no se podía evitar la comparación entre las fotografías mentales que mostraban a un Saúl Hernández joven con look de Robert Smith y la realidad actual; uno maduro, arrugado y con un peinado más conservador. “Mátenme porque me muero” solía ser una expresión de dolor adolescente pero ya no significa lo mismo hoy que los jóvenes mueren en un bando y otro, y en medio, por docenas, como vidas kleenex, de pronto da miedo decirlo en voz alta pero ese día no.

Y esta sensación de convolución llegó a su clímax con Antes de que nos olviden. En las mismas pantallas en las que, durante todo el día se mostraron chavas quitándose la blusa al grito de ¡chichis!, ahora veías caras llorosas y arrugadas haciendo contorsiones al gritar “haremos historia”, como mirando en retrospectiva una generación inocente, que se podía permitir pensar en un orden racional de las cosas, diciendo de manera muy íntima “no me olvides”.

Cualquier nota que sonaba era altamente reconocible y todas las voces entonaban a grito pelado todas las canciones, no hubo desperdicio. Inclusive la masa le corregía la plana a Saúl cuando un par de veces se saltó estrofas y cambió palabras de la letra. Ni el Caifan se salvó de sentirse intimidado por esa expectativa-retrospectiva.

Anunciaron una pequeña pausa entre los reclamos de los espectadores que no querían descanso para no salirse del trance. Entonces, aprovechó Saúl para recordar a Rita Guerrero y Eugenio Toussaint, una guerrera y un genio, resistencia e inspiración, en sus palabras. Pidió también justicia para las muertas de Ciudad Juárez, recordando que Calderón movilizó todo para encontrar a los asesinos de dos norteamericanos y no hace lo propio para proveer justicia para sus connacionales. Entonces comenzó la guitarrita dulce que comienza Ayer me dijo un ave. Se hizo un silencio profundo y después la concurrencia murmuró la letra.

Cuando Saúl y Alejandro se abrazaban, la gente rompía en gritos de alegría, no porque sus vidas personales tengan interés alguno para quienes gustan de su música, sino porque gracias a esos abrazos es que ese día pudimos escucharlos, aunque sea una vez más.

Y como continuación del sentimiento que se generó ante la mención de Rita, Amanece era coreada a brincos, sobre todo por quienes en su playera portaban la frase “nunca nadie nos podrá parar, sólo muertos nos podrán callar”. Un chavo que estaba cerca de mi, aprovechó el silencio entre canción y canción para comenzar a gritar "México, México", esperando que lo siguieran más personas, además de su cuate que obviamente le siguió la corriente. Sin embargo, no ocurrió así. Mi teoría es que, corear el nombre de nuestro país como conjunto sería banalizar el reclamo de que había una ruptura interna, una atomización de conciencias que en ese momento quería ser olvidada. Tampoco los letreros de No + sangre en las pantallas provocaron reacciones minutos antes de que entraran los Caifanes. En fin, parece que nadie quería hacer obvio el recordatorio de la situación que nos aqueja actualmente, más que a través de la lírica y la música. Sin embargo, había globos blancos con esa leyenda rebotando por toda la pista, aún en el silencio carente de consignas verbales.

Al son del Negro cósmico, el grupo se retiró, las luces se apagaron y dos que tres despistados se enfilaron hacia la salida. La mayoría, sostuvieron sus posiciones y gritaban, no “otra”, sino “otras”. Faltaban varias, definitivamente. Cinco minutos después regresan a romper con, efectivamente, las que faltaron, comenzando por No dejes que, al final de la que todos aullaban junto con Saúl.

Posteriormente, otro acorde famosísimo y la doctora me dijo: esto se llama apoptosis. Para todos los demás, era una Célula que explota, como explotaron nuestros cuerpos al gritar al unísono “somos como gatos en celo”. Catarsis. Sabíamos que después de eso, sólo quedaba que tocaran La negra Tomasa para terminar la noche pero todavía nos regalaron varias más, entre las que Hasta morir se escuchó desgarradora, ¿pues qué nos pasa a los mexicanos con la muerte?

El final, obviamente lo marcó La negra Tomasa y el concierto ya tenía un aire de intimidad que nos permitió bailar libremente, tranquilamente. Se nos había cumplido lo prometido, sin fallas, no había nada qué reclamar y no faltaba nada por repasar. Ahora sí, se despidieron en un abrazo quíntuple y se fueron. Y nos fuimos. Terminó la sesión de terapia regresiva.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

... no andaremos de rodillas, el alma no tiene la culpa...

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