Del aperitivo al postre

miércoles, 20 de abril de 2011

Sabes combinar ingredientes, es tu arte. Comienzas con una plática casual, de esas que a nadie le importan pero preguntas tres veces cómo me fue en el día y eso me saca de la inercia de contestar lo mismo de siempre. De pronto entre tus altibajos, un enojo pasajero de lo que te sucedió en el camino para acá y vuelves a la sonrisa franca que hace sentir que el mundo está en orden. Llegas, preparas la comida pero me pones a mí el pañuelo de chef ejecutivo cuando yo no hago más que mirar tus manos; tú sabes perfectamente que las miro porque hasta a propósito acaricias el paté y te lo untas en los dedos para lamerlo. Dos, tres cucharadas de esto y una ración de aquello. -¿Será pura matemática?


Eso me resultaría más familiar pero no entiendo ni pío cuando comienzas a hablarme de medidas inglesas porque mi referente cultural siempre está indicado en sistema métrico internacional. Pasas a las bebidas y preparas una cosa espumosa para que me llene la boca y luego con media sonrisa en la cara me haces muecas para advertirme la inminencia de tu lengua. No atino a sortear ni percibir bien a bien qué estás haciendo, pero la entraña se cuelga de la pared cuando te acercas. -¿Desde cuándo hay arañas en el techo?


Tal vez el aperitivo de la plática superflua me puso en el justo ánimo de no hacer nada pero me rompiste el ritmo, como siempre, como cuando estás escuchando una rola electrónica con puros beats alocados y de repente se queda todo en silencio con una tímida trompeta de fondo y una voz dulzona que repite una frase cursi, la única que se te queda en la cabeza a los veinte minutos de terminada la canción. -¿Qué me estabas preguntando hace rato?


Pones una película, una que trata de comida, por supuesto y admiras al maestro de ceremonias que se las ingenia para sacar la crema aunque le falten ingredientes. Volteas y me clavas un beso en la clavícula. -¿A poco me puse este collar por la mañana?


No te entiendo pero entro en trance y la película ya no lleva la misma tónica, creo que hasta el contraste de la pantalla ajustaste mientras no te estaba viendo. Comentas una escena sin importancia y me haces concentrarme en un detalle que aparece justo en la esquina de la pantalla cuando de pronto se me atraviesan tus ojos y siento una mordida en la nuca. -¿Acaso serás omnipresente?


En fin, creo que la luz de la luna está iluminando más a esta hora porque las sombras han cambiado. Sientes mi pulso y comienzas a ensalzarme como si fuera yo la única persona en el mundo que llevara mi nombre e hiciera mis muecas habituales. Desconcierto, besos, creo que hasta maullidos, en fin. Yo ya no supe nada de mí desde el aperitivo hasta el postre. –Por cierto, ¿qué le pusiste a este platillo?


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