El océano desde mi pesera

sábado, 16 de abril de 2011

En una dimensión paralela, igual y hasta elegíamos ser uno del otro.
No tenemos tiempo, no tenemos espacio, no tenemos presente, no tenemos futuro y algo en tu pasado es violentamente similar al mío. Ella, mi Ella, también llegaba olorosa a semen ajeno (no hay nada más violento que detectar otras secreciones en el corazón amado, entre tus sábanas mismas, a la hora de despertar. "Naciste para no merecer" es el mensaje que a punta de rítmicas convulsiones van a tatuarse en el culo para traértelo de ofrenda; sonrientes animales de presa te presentan un pájaro muerto de tu propio nido). También a botellazos arremetía contra todo lo que me era sagrado: derramando el alcohol sobre mi cuerpo antes de prenderle fuego. Pira del Terrible, holocausto en donde no eres más que un cordero.
Ah claro, también tomaba su fajo de billetes para restregarme su rencor contra mi amor por lo bello nacido de lo simple. Y si no me mandó golpear con sus allegados fue porque su socioeconomía es más ficción que melodía.

También se de lo mucho que cuesta recomponerse, de las noches de insomnio rasgando paredes con sanguinolentos jirones antes denominados dedos. Del miedo a su mundo, a su violencia irracional -experimentan una fascinación por verle saltar a uno en astillas, se sienten las dueñas de su imagen al vernos espejo roto-. De los momentos de locura donde te parece que no hay más verdad que la dicha en sus mensajes odoríferos: "naciste para no merecer, eres un desmerecido ontológico, basurero del mundo"; de los momentos de lucidez donde te ves a tí mismo desde fuera, y te juzgas ridículo por llorarle a un amor (no hay cosa más tonta que llorarle al amor). De los modos insanos de resolverlo, con canciones de dolor en las que no crees, con drogas en las que ya no confías, con gente a la que no estimas, con cuerpos a los que no amas. Y entre más te saturas de basura más te sientes que eres parte de ella... y que Ella, tu Ella, es aún más basura del mundo que tú, por haber elegido compartir su miseria contigo, por intentar nutrirse de algo nacido muerto, nacido para no merecer.
Y es una eternidad la invertida en sentirse alternativamente más o menos mierda que esa mujer. A final de cuentas, siempre se define uno en función de ella. Entonces viene la aceptación de que ella ganó y luego la de que uno ganó porque acepta que ella ganó... y de vuelta al hoyo dentro de un hoyo, dentro de un hoyo, dentro de otro más. Hasta completar el cuenco inmenso -órbita ocular de la calavera- donde apenas logras apreciar con cierta lástima aquellas cosas que te constituyen: orgulloso queda uno de sus simplezas. Uno lee, escucha radio en las noches melancólicas, va de copas con ánimo de meterse en la pared a escuchar a los demás. De vez en cuando sale del mamposteo y platica un poco, esperando encontrar alguien que sea capaz de aliviarlo. Nunca aparece, entonces uno emprende el regreso a la vida interior.

Pero un día apareciste y aparecí y -supongo- secretamente se fue gestando este paréntesis en la programación, este archivo temporal que desembocará en otra cosa que no es él mismo. Todo se hace en silencio. Como se hace la luz dentro del ojo dice Sabines, uno de los bardos más llanos (razón por la cual me disgusta, pero más me molesta saber entenderle).
Cuando hablo contigo, me parece que se está filmando una película surreal sin sonido, donde tus palabras son secretos con los que yo me quedo; donde me expreso confiada en eso mismo, en la ausencia de un registro entero. En esta filmación, no se si tú y yo estamos representando personajes empeñados en representar que representan, en un desesperado intento por alcanzar la autenticidad sin cederle al otro un ápice de nosotros mismos.
En este filme de risa loca, parloteamos frenéticamente queriendo la trama no se trate de nosotros, sino de alguna frivolidad ajena. Mientras tanto, los espectadores concluyen el tema es la comunicación de dos misántropos mucho antes de que tengamos oportunidad, en medio de tanta palabrería emitida, de darnos por enterados que sí estamos entrañando el mensaje del otro.

Siguiendo con el bardo llano, a mí no me gusta cuando callas, me gusta tu mano tomando la mía mientras el radio habla. Se ha constituido en símbolo de una alianza propia de un acto de psicomagia: solos, dejados del mundo, odiando al mundo, temerosos de ver invadido nuestro equilibrado universo lleno de libros y estaciones de radio... y deliciosamente vacío de personas. Solos, tomados de la mano pero sin decirnos nada para no aceptar que hay alguien más en la habitación: la perfección es un radio que habla en la oscuridad, la comunicación perfecta es la que se establece con otro humano al que conocemos pero no vemos ni tenemos cerca. No buscamos la presencia del otro al llegar a casa, nos estorbaríamos terriblemente; el paréntesis del tiempo se tornaría archivo ejecutable: habría que ponerle un objetivo, dotarlo de metas, de obligaciones, de tablas de Excel para hacer cosas juntos, para programar los pleitos, para economizar o derrochar tiempo en sanarnos uno del otro; habría que buscarle un epitafio para que los demás le aplaudan por lo bonito que se ve en la foto, lívido, gris, adornado de flores y con su letrerito "parejafeliz".
Lo que buscamos, es la complicidad del otro, aún para el fractal absurdo en que dos misántropos se meten siempre: tememos el otro falle y empiece a enamorarse cándidamente, a querer demandarnos espacio, a exigirnos ser su felicidad y luego a cobrarse con rencor el no cumplirle sus caprichos; tememos que el otro empiece hacer humanadas pues. Y es que, ya hablando en plata ¿quién confía en los humanos? 
Pero también secretamente tú temerás que yo tenga esa misma alianza silente con alguien más. Y yo... bueno, mientras escribo, tengo miedo del ridículo que implicaría estarme considerando tu aliada especial en el justo momento en que haces gala de tus artes ante otra con quien también termines escuchando el radio tomados de la mano, plasmados en el lienzo nocturno.
No nos queda más que confiar en la misantropía del otro, en que sabe/sabemos cómo es este negocio y no nos llamaremos a ofensa por ello, ni tampoco a obligaciones tontas. Ni haremos escarnio de lo que sentimos.

-También a mí me pasó lo mismo, corazón adolorido ¿Qué más puedo ofrecerte sino el afecto de quien tampoco ya está para volver amar?, es la frase que me falta por decirte... honestamente no se si cuando regreses vaya a tener pertinencia, a lo mejor para entonces ya no necesitas alivio para ese amor. Los amores donde te atascan las venas de ajenjo no son más que reflejo de lo que uno es: débil ante sí mismo, deseoso de jugarse el pellejo compitiendo con alguien más jodido, buscando con ello que nos refuercen el miserable concepto que tenemos de nosotros mismos, la poca valía que le otorgamos a nuestras cajas de Olinalá, de las que de todos modos nos enorgullecemos tanto. Y sin embargo, es este mismo aprecio por lo que llevamos dentro lo que nos hace necesitar la aceptación de otro, el afecto de otro... otro quizá que no necesite ni que lo amemos ni amarnos con devoción.


Tengo miedo de ese viaje tuyo ¿y si regresas completamente transformado y mis decires, o lo que es peor, yo misma te resulto impertinente? No debiera ocuparme, hemos hecho un pacto de sinsentido, de ofidio en pos de mantener asida la cola entre las fauces, de tiempo siempre conjugado en presente. De cualquier manera, contigo todo lo pertinente es impertinente y todo lo doloroso es ocasión de fiesta. Todo lo irresponsable es lo más ético y lo que pareciera no poder cumplirse tiene fin en su correcto tiempo... y lo que es más, de manera elegante, armoniosa e indiscutible.

Tu ética es algo que me fascina, en cierta medida, es muy similar a la mía. Odias la imperfección de lo hecho sin gracia, sin compromiso, sin pasión. Por ello no confundes lo esperado con lo programable; es decir "lo que debe ser" con "lo que debe hacerse". Para tí ser es hacer, es tiempo presente; no te gusta el hacer como la promesa de llegar a Ser. Se es en presente, desde dentro, sin obligarse a los demás, sino interactuando con algunos de ellos. 
Lo programable motiva en tí subterráneos sentimientos de violencia. Cuando intento sacar mis "deber-ser", escucho el rumor profundo de tu océano, donde tienes la Ira y la Amargura amordazadas como al Kráken. Contigo aprendo a callar mis absolutos, a desatar la imaginación; te dejo hacer y preguntas que cómo es eso posible, si mi bandera es no dejar hacer a nadie sobre mí y menos a uno de tu sexo, marcado milenariamente por el ejercicio de la dominación artera e irracional. Cuando tienes ganas de hacer preguntas entrañables, de establecer una comunicación humana, el contorno de tus ojos se torna rosado. Pareciera como si tu corazón se sangrara las manos luchando contra los barrotes, simbolizados en tus párpados. Me enternecen tus ojos interrogantes, gélidos con mucho esfuerzo. Entonces te respondo "pues simplemente ES" al tiempo que temo estarte hablando de una promesa que no cumpliré: me es difícil no esperar, no demandar, no requerir para mí, no conducir las aguas de mi pesera. Pero me ganan tus ojos y hago acopio de fuerzas, contesto con firmeza y procuro no pensar en tus posibles futuras reacciones adversas. Para ello, me prendo de la única certeza: cada uno somos un hermoso archivo temporal en el historial del otro.

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