El panzón de las mordidas

domingo, 17 de abril de 2011

Bien, después de un pasón de endorfinas todo está perfecto hasta que pasa el panzón de las mordidas. Es un ente abstracto, pocas veces tiene hueso y piel, es un bote sin cabeza. Es un alebrije que se distrae en el carnaval de las moscas y es atento y sereno con quienes no tienen más remedio que ser miserables. Es un son sin baile, una lavativa, una borrachera en lunes. Es un vicio que te arranca el estómago a mordidas cuando acabas de comerte una hamburguesa. Es la sorna, la fanfarronería, la hipocresía, el cinismo, la pornografía, la misoginia, lo banal, lo corrupto, lo aburrido. Es una red interna que se te encumbra en el hígado y hace trizas cuanta felicidad remota o tangible pueda ser olisqueada por tus fosas nasales. Tiene mil caras; la del vecino lacra que se monea frente a tu puerta, la del amigo que se siente tan en confianza que te trata como trapo sucio, la del mono mediocre que jamás te dejó trabajar a gusto en tus máquinas, la del otro macho que te mandó con un gesto de desprecio a operarte las chichis porque así no eras suficiente (sic), la del profesor que a producto de gallina quiere reprobarte por todos los medios, la del pusilánime que nunca se para a decir pío en defensa propia. Es una corrosión instintiva que se chupa las energías de tu plenitud porque en la felicidad secretas amenaza para su supervivencia. El panzón de las mordidas siempre saca una nueva, se le ocurren ingeniosas maneras de echar al vuelo la sagacidad de la vileza y la podredumbre de la mediocridad. Te manda a hacer todo y cuando lo haces te castiga. Te impide hacer todo y cuando dejas de hacer te mata. Después de un pasón de endorfinas corre del panzón de las mordidas, que las huele y las codicia, no para disfrutar la inocente droga que le obsesiona quitarte, sino para hacerle una guerra sangrienta sin campo de batalla ni enemigo claro hasta que quede sólo la memoria borrosa de ti y tus chocolates, tus encuentros sexuales, tus horas de gimnasio, tus chistes. Aguas con el vocero del atraco, que te ataca cuando te descuidas y si te agarra ¡Ay nanita! Si te agarra... Si te agarra, pues vas y te das otro pasón de endorfinas, para que se vaya culeado el muy cobarde.


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