Conversaciones generacionales

domingo, 10 de abril de 2011

Siguiendo con el tema, retomaré una de las reflexiones de la Yaocíhuatl: ¿a quién chingados le da ganas de andar de poético, desmedidamente suicida y grungero? ¿Quién pediría a gritos que lo maten porque se muere de amor? Esta generación, somos hijos de la crisis, vecinos de la barbarie, seguidores involuntarios de la banalidad. Bueno, no sé ni por qué me incluyo en “esta generación”, si más bien estoy en medio, entre dos bandas: los románticos incurables, trágicos, que aprendieron de trabajo en equipo viendo el proceso de las comunidades autogestivas, creyendo en un mundo mejor y los descreídos de todo, carne de cañón que vieron estos sueños desvanecerse entre los balazos, los que no quieren saber nada y a la vez están enterados de todo, al instante, los que conforman su marco referencial colectivo en las redes sociales.

He de reconocer que he sido partícipe de la simplificación estúpida que hacemos unos y otros:

-Ustedes tienen la culpa porque nos dejaron caer en esta barbarie y ahora se quejan de cómo reaccionamos ante ella

-Ustedes son los cínicos que dejarán pasar cuanto atropello les toque sin salirse de su burbuja de marcas de refrescos y farándula superficialoide, deberían aprender a nosotros

Hay una realidad incuestionable: ya no está permitido creer, sólo crear, transmitir y destruir. Nadie puede seguir hablando del Subcomandante o de las Adelitas, o yéndonos a los otros extremos, de Peña Nieto sin polarizar la conversación. La comunicación de carácter sociopolítico se debe dirigir de manera impersonal, no se pueden hacer alusiones a los personajes que lideran las corrientes de pensamiento de este orden porque es como la imposición de una etiqueta que posteriormente se te restregará en la cara, cuando el movimiento, el personaje en cuestión actúe en cualquier sentido. Esta es la parte en que los rucos me condenarían tajantemente: no debes tener miedo a decir lo que piensas o seguir a quien sigues porque entonces nunca defenderás lo que defiendes. Bueno, para empezar a mí no se me puede acusar de eso porque he tenido la fortuna de mostrarme con mis colores públicamente en todos los frentes; en las fotografías, en las columnas de opinión que publicaba en la Jornada Veracruz, en las manifestaciones, en los videos, de tal manera que quien quera saber a qué le tiro, lo tiene al alcance de un click. Y no hago esta aclaración para disculparme de antemano porque sé que los chavos tienen razones perfectamente saludables para no exhibirse de esa manera. El supuesto acortamiento de las distancias en la sociedad de la información en realidad nos ha alejado como seres humanos porque qué fácil es mentarle la madre a tu “amigo” del Facebook y condenar a la horca a un Nick en el Twitter. Es taaaan fácil, que he tenido un número significativamente mayor de conflictos por vía virtual que presencial, con gente que por otro lado podría ser mi compa.

Sin embargo no estoy tampoco descartando estas vías de comunicación para hacer de nuestra sociedad una más participativa; el problema no radica en el medio sino en la actitud. Anteriormente, entre la juventud se conformaban tribus urbanas con el objetivo de hacer una identificación fácil de ideologías, formas de participación, gustos literarios y musicales. Esta situación, en lugar de proveer de un mejor acceso al entendimiento de los jóvenes, marcaba animadversiones y miedos irracionales entre quienes no veían más que ropa extraña y actitudes esquizofrénicas –desde su punto de vista-. Todavía a esta generación le toca la marginalidad por cuestiones de diferenciación de la “marca”: ha habido convocatorias para madrearse a los emos, mientras que los reggaetoneros son rechazados virulentamente por la gente bonita. Otros tantos, son tildados de criminales por tener el infortunio de aparecer levantados o baleados en la nota roja. En este contexto, ¿quién demonios quiere hacer pública su ira? Es decir, todos la sentimos, todos sentimos dolor por lo que le sucede a nuestra sociedad, pero mientras unos se enconchan porque “no se puede hacer nada”, otros se enfrascan en mini-guerras verbales que atomizan a la ya de por sí pequeña sociedad en movimiento.

La actitud de los medios de comunicación es un factor importante. Juzgan, dictan condenas, criminalizan bandos, erotizan la falta de ética personal, erigen monumentos y censuran. La pregunta es, ¿realmente se puede culpar a la juventud por vivir mediatizada? Si toda la sociedad –sí, jóvenes y rucos- pasan la regla mediática a los jóvenes para medir su valor social, ¿cómo esperan que los medios no determinen su comportamiento? Por otro lado, hay quienes no acaban de comprender que los contextos son diametralmente distintos y que los jóvenes no tienen muchos beneficios que defender; se acabaron los salarios justos, las pensiones de jubilación, las oportunidades de trabajo permanente, el trabajo digno sin necesidad de título universitario, el tiempo libre con la familia, la industria nacional, el romanticismo en torno a reproducirse, los espacios de recreación “sana”, bueno, ya para acabar pronto, se acaba el agua. Y todo esto, no nos reporta pérdida a las nuevas generaciones; nacimos sin todo eso. Quienes se duelen por haber perdido tanto son quienes lo tuvieron en sus manos. Para nosotros, es un cuento de hadas que te relatan los jefes para que te portes bien y estudies. Y los que nos portamos bien y estudiamos, nos topamos con que de todos modos no te salvas, es más, quienes más estudiamos, más nos percatamos de ello. Por eso hay quienes también eligen no saber nada, ¿para qué enterarse de glorias pasadas que no son mías? Mejor se ocupan en una carrera interminable por el estatus o por el sustento.

De pronto nos topa la realidad a todos: estamos hundidos. Los comerciales de coca cola atinan a apuntar que en realidad somos muchísimos más haciendo el bien que generando la desgracia y eso es cierto. El problema radica en que los que generan la desgracia tienen más poder de decisión sobre el resto de quienes no se atreven a levantar su voz por desencanto y desesperanza.

Ya no da tiempo de ser poético cuando en los puestos de revistas ves dieciséis revistas de mujeres desnudas y seis de violencia por una de literatura, y sí, es la ley de la oferta y la demanda, pero ¿sinceramente me dirían que los jóvenes son quienes nutren la industria de la pornografía y la nota roja? No, perdón, pero si hay algo que tienen en común las juventudes a través de todas las generaciones, es que son movidas por la música, y la juventud mueve a la música de la misma manera. Hoy en día, no podemos esperar que los mensajes líricos sean profundos ni trágicos; la profundidad y la tragedia las pone el contexto social en el que se desenvuelven los jóvenes. Así que, masivos consumidores de pornografía, ¿por qué les espanta el “perreo” y por qué les sorprende que los cantantes pop hayan adquirido una imagen tan sexual al pasar de los años? Y masivos votantes de la ideología de lo inmediato y lo mediático, ¿por qué hoy les exigen a los jóvenes que eviten la tentación del descrédito, la apatía o la violencia? Sin duda se pueden espantar y exigir, y además son completamente aceptables esos reclamos, pero hay que tener congruencia. Si usted es una señora que va a ir corriendo a las urnas a votar por Peña Nieto, que porque “está muy guapo” y no tiene ni pito de idea de qué ha sido su gobierno en el Estado de México, ni su relación con el grupo Atlacomulco, al rato no se sorprenda que su chiquilín de 5 años después aparezca imitando todo lo que ve en la tele. Las cosas que suceden alrededor de los jóvenes a veces son impredecibles pero los juicios de valor son mayormente aportados por las personas en el entorno durante la niñez. Hace poco mi mamá por fin me hizo entender a Focault, quien dice que una persona es su mamá, su papá, su amigo, su vecino, su tío, su profesor, y se pregunta ¿si desnudáramos a las personas de todos los retazos de personalidades ajenas a él, quedaría alguien? Otro dijo por ahí, que el ser humano es un animal social, no actúa por instinto, ni porque la generación traiga implícita una marca evolutiva de nihilismo, cinismo y estupidez. Por supuesto que hay casos excepcionales de personas que, a pesar de su entorno, resultan ser ovejas negras incomprendidas por la manada y esos casos, de verdad que son admirables.

Los jóvenes, sin embargo, no son inocentes. Bueno, es la generación menos inocente que ha habido, es una generación que no ha tenido la osadía de sobreponerse a las derrotas de las generaciones anteriores en sus cruzadas románticas, es la generación del perdedor. Nos asumimos perdedores, nos revelamos perdedores, nos enorgullecemos de ser perdedores. ¿Por qué? Porque ¿qué queda por ganar? ¿Hay algo más ahí que lo que vemos todos los días en las calles? Sí lo hay, pero sólo para quien lo busca y ¿quién tiene tiempo de andarlo buscando cuando hay que competir hasta para ir al baño? No sea que les pase como a mí, que durante mi búsqueda de un mundo mejor, le bajé el ritmo a lo demás y ahora se han reducido sustancialmente mis oportunidades profesionales, aunque aprendí lo que nunca alguien me había enseñado de una manera tangible: que merezco, que merecemos, que no hay distancia entre nosotros y los otros. Y encontré, sorprendentemente que aún hay mucha gente "ruca" dispuesta a darte su voz y sus recursos, confiando ciegamente en que tú continuarás su legado de romanticismo loco e incomprendido, su actitud de buscar más que lodo debajo de las piedras y su deseo de que te conviertas en poeta de tu propio tiempo. Ojalá cada uno de nosotros podamos encontrar a cada uno de ellos, en algún punto de nuestras vidas.

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