NINI

jueves, 21 de abril de 2011

Un espacio blanco en la memoria, el quejido de una bestia en silencio. Caminas entre las piedras perdiendo la noción del paso. En tu camino se cruza un perro flaco, pequeño, con la piel hundida entre los huesos. Camina contigo. ¿Qué puedes encontrar aquí, si todo se ha quedado donde tiene que estar mientras tú te haces la ilusión de la fuga?
Te vas a recorrer esos caminos de tierra cuando sientes el retumbar del piso, una convulsión, un estertor. No pasa nada, todos los muertos se quedaron en el periódico, todos los fantasmas andan rondando a los vivos. En este limbo nunca pasa nada, excepto por el tren. El conductor te saluda, tal vez es la novedad de encontrar a alguien por aquí, pero su paseo es perene. Se pierde y te vuelves a quedar sólo con el perro, que no te habla, no te ladra, no resuella. Tal vez ambos estan escapando de algo, del hambre, de la úlcera que no te deja parar de moverte, siempre buscando algo mejor, algo más, algo que el ruido mundano te grita que tienes que hacer pero no hallas dónde. Dónde sentarte a vibrar con el estertor de la tierra, dónde coger impulso para no hacer nada, dónde recordar lo que el movimiento ha dejado derramar por el camino de los años, dónde dejar de sentirte en medio de una guerra que no pediste.

Comienzas a extrañar el tren. Si pones atención, puedes escuchar el ruidito de la corriente volando por los cables que se atraviesan por encima de tu cabeza. Va para donde la necesitan, donde no estás tú, va para donde pueda alimentar los entusiasmos del mundo con sus luces, su incansable ruido, su movimiento hierático, devoción de los mortales. Te imaginas a la señora rezándole a la tele mientras repite incesantemente el mantra de la novedad ilusoria, al señor rezando frente al espejo mientras excava los hoyuelos faciales con su rasuradora eléctrica, al niño rezándole a la caricatura que responde a los antojos de una palanca y se urde historias, a todos juntos catequizando a la especie trayendo la luz, con una lámpara de neón. Aquí sólo los magueyes hacen largos rituales para expulsar enormes flores de entre sus estómagos de aguardiente.
Te recuestas a la sombra de uno, el perro se acuesta junto a ti. Ya no quieres echar a correr la maquinaria de ideas, de proyectos, de pensamientos, de futuros. Ya no. El cansancio del rechazo del todo te obliga a atajar un frenético desaguisado, tope tras tope, trampa tras trampa. Si tan solo el futuro fuera como este perro, que te sigue para todas partes y no ladra, que por muy flaco que esté nunca deja de caminar, que no se va. Piensas, que no nos toque otro funeral. Muere el día, muere el trabajo, mueren las ansias, mueren los que sobran, morimos nosotros. Pero no te arredras porque este perro y tú, en el limbo construirán la nada sin que haya quien los moleste con la burla del bullicio que aunque nunca los quiso, nunca los abate. Eres la bandera de todos, causa de nadie, oyes hasta acá los rezos de todos, que sigan rezando. Tú te acomodas y miras esas dentro de esas canicas cafés, casi anaranjadas, el oráculo de tu todo, de tu nada. Amén.



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