Casa llena

sábado, 16 de abril de 2011

En ese jardín de amarantos, vienes a mí como un enterrador, comprando las dudas y los encierros para tirarlos en el bote de los inorgánicos. Nunca te había visto así cuando la tensión empañaba mis nervios ópticos de semblanzas, añoranzas, desasosiegos. Pero eres fuerte y caes con la lluvia en medio de la temporada de calores infernales. Te habías escondido allí en las nubes grises pretendiendo que no existías, que no llegarías, que no te detendrías en tu viaje estelar entretejido en mis sueños. Te palpo, me palpas, somos dos espejos jugando a las escondidas y ante el azoro de las ardillas, nos encontramos. Corriendo descalza, escenifico la barbarie de mi especie naturalmente nostálgica pero desarraigada mientras tú destrozas rosas con los pies para echar el vuelo tras de mí y levantarme como trofeo de caza. Cae el telón, detrás se oyen risas infantiles de los actores que se contorsionan entre las ramas ante el recuerdo de los rostros de los espectadores sorprendidos por el final de la historia. Somos cómplices en el hartazgo de la desdicha, compañeros de juego que no buscarán la victoria sobre el otro. De pronto, tu boca provoca cosquillas en el paladar y se nos olvida la trama, pero al final de cuentas, ¿a quién le importa? Estás tú, estoy yo: hay casa llena.

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